Cuando, a principios de mayo de 1971, asumí la presidencia de la Sociedad de Fomento Fabril, comencé muy pronto la preparación de una campaña para denunciar, a nivel nacional e internacional, la descarada intervención en la política chilena de funcionarios cepalinos que, abusando de su calidad diplomática y de sus excelentes remuneraciones en dólares norteamericanos, llevaban meses trabajando en la campaña presidencial de 1970 y, algunos de ellos, habían saltado de un día para otro a altos cargos en el recién inaugurado gobierno de Salvador Allende. Tal el caso, el más prominente de todos, de Pedro Vuskovic, que se había convertido en Ministro de Economía y en jefe del equipo económico que, so pretexto de la creación del Área Social de la Economía, terminó usurpando 836 empresas entre las que se contó hasta una compañía circense. Se debe haber filtrado algo de nuestras intenciones porque, pocos días después, me encontré con el pedido de reunión del recién nombrado nuevo Secretario General de la Cepal. Fue la primera vez que vi a Enrique Iglesias y esa conversación derivó en un análisis, en un acuerdo, en un pacto tácito de colaboración y en una amistad que se prolongó por muchos años, alimentada, además, por nuestra común afición a la opera.
El argumento con que Enrique Iglesias me convenció de desistir de la campaña que estábamos preparando, fue que ya había presión de varios países para que la Cepal se retirara de Chile, en vista de la orientación claramente antidemocrática que tomaba el gobierno de Salvador Allende. Nosotros no podíamos colaborar a un retiro que, obviamente, era contrario al interés nacional, de modo que la campaña nunca se hizo y jamás he tenido motivo para arrepentirme de ello. Desde luego, porque Enrique cumplió cabalmente su compromiso de restringir la intervención política de sus funcionarios durante los años que siguieron.
Todo esto lo he recordado, con nostalgia, a raíz de la impúdica y nunca restringida participación política de la Sra. Michel Bachelet en los asuntos internos de Chile desde que ocupa el cargo de Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. No creo que valga la pena perder el tiempo siquiera recopilando todas las intervenciones públicas de la Sra. Bachelet durante el gobierno Piñera II, porque se llenaría un archivo completo con ellas. Basta recordar cómo le dictó la pre candidatura presidencial de Paula Narváez a sus lacayos en el Partido Socialista, conduciéndolo a un fracaso que deriva en su triste papel de vagón de cola de la circense candidatura de Gabriel Boric. Tampoco vale la pena enfatizar la profunda inmoralidad que se disimula cada vez que un funcionario de alto nivel de organizaciones internacionales abusa de esa posición para favorecer sus intereses políticos en su país de origen. La desvergüenza de la Sra. Bachelet ha alcanzado su cúspide con su pública adhesión a la candidatura Boric, justificándola con su derecho ciudadano cuando está de vacaciones en su cargo internacional. Largas y frecuentes deben ser esas vacaciones a juzgar por las veces que ha actuado en Chile y por su reciente performance ante la Asamblea Constituyente
Además del daño a su patria que implica una tal intervención en el más importante de sus procesos democráticos, como es una elección presidencial, resalta la deslealtad hacia la propia organización internacional que le proporciona la base de su vigencia política y de su bienestar económico. Ya han pasado largamente los tiempos de los primeros formidables Secretarios Generales de la ONU (como Trygve Lie, o Dag Hammarskjöld) que habrían puesto de patitas en la calle a la Sra. Bachelet a la primera de cambio, y ahora puede hacer lo que hace porque las nulidades que los han sucedido ni siquiera son capaces de defender el prestigio de la institución cuya dirección le delegan las grandes potencias. Ya han pasado también los tiempos en que los presidentes de Chile habrían exigido esa remoción en defensa de la mínima dignidad internacional del país.
He trabajado casi toda mi vida en vinculación con empresas que no habrían permitido que un alto ejecutivo siquiera presionara psicológicamente a sus subordinados a través de su personal preferencia política en una elección presidencial. Me imagino la campaña de publicidad que desatarían los periodistas que descubrieran una tal situación, pero que no titubean en aplaudir la intervención electoral de la Sra. Bachelet, mucho más relevante si es que se tiene en cuenta su carácter de doble ex mandataria.
Puede ser que en el Portugal del Sr. Antonio Guterres no causen escozores las intervenciones en política interna de funcionarios como él, pero en nuestra cultura, hasta los sacerdotes se abstienen de recomendar candidatos porque entienden que, al ser servidores de un organismo externo a Chile, como es el Vaticano y la Santa Madre Iglesia, les impone una reserva en el derecho de chilenos que también tienen. Si tal fuera el caso, podría ser que el Sr. Guterres suponga que es el sentido ético y la lealtad con la ONU de la Sra. Bachelet serían los que evitarían que el prestigio de la institución sufriera por sus actuaciones. Pero le bastaría leer una biografía de la dama para saber que su sentido ético es el del caso Caval y su lealtad es la del complot para bloquear la candidatura presidencial de su benefactor Sr. Ricardo Lagos en el año 2017.
En verdad, hay pocas cosas más necrológicas en la Historia de Chile que el rastro dejado por la Sra. Bachelet. Enterró a la Transición, enterró a la Concertación de Partidos por la Democracia, enterró a la Nueva Mayoría, le causó dos derrotas presidenciales a la centro – izquierda y ha convertido a su Partido Socialista en un mendicante de cargos públicos en un régimen que se vislumbra, de extremo populismo. Ese curriculum y su formación en la RDA le habrían proporcionado a John Le Carré argumento más que suficiente para una novela de política ficción que se podría haber llamado “El agente secreto de la KGV”.
Me imagino que ahora se prepara para asistir a la trasmisión del mando presidencial del próximo mes de marzo sentada entre Nicolas Maduro y Daniel Ortega. Es lo único que falta para que terminemos de entender el papel que pretende la ONU en nuestro desdichado continente.
Orlando Sáenz