Que las relaciones exteriores son la primera línea de defensa de la independencia y la integridad territorial de un país es un axioma que muy pocos se atreverían a
desafiar. Que muchas veces es la única defensa verdadera es algo más controvertible, pero que está avalada por numerosos ejemplos históricos. Porque sobran los ejemplos de países que
han conservado su independencia política y su integridad territorial sin disponer de Fuerzas Armadas considerables y solo mediante una política de alianzas exteriores verdaderamente sabía y muy
realista.
No se vaya a creer que solo aludo a situaciones como las de Monaco o Luxemburgo, si no que podríamos obtener buenos ejemplos desde la más remota antigüedad de
la historia. Armenia mantuvo su independencia por siglos jugando con habilidad y eficaz diplomacia con el antagonismo cerrado entre el Imperio Romano y el Imperio Persa de los Arsácidas y
Sasánidas. Por supuesto, el ejemplo más notable y conocido es el de Suiza que, sin haber sido nunca una gran potencia militar, ha conservado su independencia y su integridad por
muchos siglos gracias a una política de neutralidad magistralmente manejada.
Por cierto que esa constatación histórica nos obliga a preguntarnos qué es lo que hay que observar con cuidado para edificar una política de estado que mantenga
relaciones diplomáticas plausibles y realistas teniendo en cuenta la realidad política y geográfica del entorno en que trascurre la vida de cada estado. Eso es lo que se llama una
geopolítica preventiva eficaz. En el caso de Chile, una primera categoría la forman las relaciones con los países limítrofes, que deben ser todo lo armónica y equilibradas posibles.
Otra categoría especial es la de las relaciones con los países que tienen fronteras expuestas con los países vecinos y que pueden servir de contrapeso a cualquier política agresiva que alguno de
estos pudiera eventualmente adoptar. Para aclarar con un ejemplo lo que en este aspecto se quiere resaltar, recuérdese que Argentina estuvo a punto de entrar en guerra con Chile en tiempos
de sendos gobiernos militares, y que, en esa coyuntura, una sólida relación de Chile con Brasil ciertamente que resultó determinante. En espera que este ejemplo resulte clarificador, es de
señalar que ese segundo círculo de relaciones comprende, para Chile, países como Brasil, Ecuador, Colombia y Paraguay. El tercer circulo de relaciones potentes y estrechas es con los súper
poderes existentes en cuyas áreas de influencia nuestro país está inserto. En nuestro caso, es necesario el realismo que enseña que, nos guste o no, vivimos en el área de influencia del
súper poder que es Estados Unidos. Para aquilatar la importancia de esa relación, basta observar la historia de Cuba, que arrastra una vida precaria y miserable después de 74 años viviendo
la tragedia de pésimas relaciones con la potencia hegemónica en cuya área de influencia vive.
Por último, son muy importante las relaciones con los principales socios comerciales, habida cuenta de que nuestro país basa su progreso en una agresiva política de
exportaciones que implica también abrir nuestro mercado a esos principales socios comerciales.
Si se tiene en cuenta todo lo señalado y se pretende, con esos antecedentes, juzgar la política exterior seguida por el gobierno de Gabriel Boric, conviene hacerlo
repasando con quienes se ha acercado diplomáticamente y con quienes se ha apartado en el mismo ámbito. No hay duda de que la política exterior de Chile en los últimos dos años la ha
apartado de Argentina, de Estados Unidos, de Rusia, de Irán, de China y de Israel. Vale la pena repasar las razones de ese apartamiento: con Argentina existe un alejamiento basado en las
políticas internas de los gobiernos respectivos, que son completamente divergentes y agresivamente ideologizadas; con Estados Unidos nos hemos apartado por dos gruesos errores como son el
descuido malicioso en vigilar el buen uso de la visa weber y por la política claramente antisemitista que ha adoptado el gobierno chileno; con Rusia nos hemos apartado por un apoyo irrestricto e
imprudente a Ucrania, del que Chile solo puede esperar algún grado de mayor simpatía en los países de Europa que por razones geopolíticas evidentes, apoyan la causa ucraniana; con Irán nos hemos
apartado por la querella con Rusia y por la injerencia en Bolivia que ese país ha practicado ostensiblemente; de China nos hemos apartado por una imprudente política comercial que nos ha llevado
al punto de acusar un “dumping” en el acero que no tiene sustento lógico alguno; finalmente, nos hemos apartado bruscamente y hondamente de Israel, por un apoyo irrestricto al terrorismo
palestino que es tan inexcusable como pueden ser las represalias de un extremista como es Netanyahu.
Para ser ecuánime, es también necesario hacer el balance de las relaciones exteriores que hemos fortalecido en estos dos últimos años. No se puede desconocer
que los viajes presidenciales, sumados a sus alusiones de política internacional, deben haber creado un ambiente de simpatía en países tales como los de Europa Occidental, Japón, la India y
algunos africanos, ciertamente que la actitud de Chile frente a Israel debe haber predispuesto favorablemente a los países árabes, pero con matices muy marcados porque gran parte de ellos
rechazan las connotaciones terroristas de la causa palestina. Sin embargo, es de notar que esas simpatías anotadas difícilmente se traducirían en acciones concretas positivas si Chile
enfrentara peligrosas situaciones internacionales.
En suma, no es objetivamente opinable que las relaciones exteriores de Chile hayan sido venturosas al abandonar políticas de estado mantenidas durante mucho
tiempo. Lo único en que podemos concluir es que ha habido imprudencias costosas que algún día nos pasaran la cuenta en esta delicada materia.
Orlando Sáenz