Durante muchas décadas, los chilenos hemos tenido genuino orgullo por la limpieza, el orden, la eficiencia y la rapidez de nuestros comicios eleccionarios. Muchos países en el mundo, incluido el propio Estados Unidos, pasan a veces días sin conocer el resultado final de una elección, mientras que en Chile, a las dos o tres horas de cerradas las mesas receptoras de sufragios, sabemos perfectamente quien ganó y quien perdió. Esa calidad eleccionaria se debió a varios factores, entre los que ni siquiera faltó el ejemplar comportamiento de los gobiernos de turno, aunque siempre todos sabíamos cuáles eran sus preferencias. Pero ellos entendían que no hay proceso más sagrado de la democracia que la limpieza de sus escrutinios. A lo largo de mi ya larga vida, solo recuerdo alguna ocasión en que asomó la presión indebida del gobierno de turno, pero ni siquiera en esos casos se intentó un fraude masivo.
Sin embargo, en nuestro próximo referéndum del 4 de septiembre, existen varios factores que hacen temer un esfuerzo masivo de parte del gobierno para alterar la voluntad soberana de la nación. En primer lugar, nunca habíamos tenido un gobierno que haya dirigido la campaña de una opción, a partir del propio Presidente de la República. Tampoco habíamos tenido un gobierno que dependiera tanto del resultado del comicio, y tampoco habíamos tenido en la Moneda un gobierno compuesto por quienes admiten públicamente que tienen otra escala de valores que los que están explícitos en la universal vigencia de las Tablas de la Ley que Dios que le habría entregado a Moisés en el Sinaí, según asegura una leyenda que para la mayoría de la humanidad considera la voluntad divina. En esa desconocida nueva escala de valores, bien puede ser que la falsificación y la mentira sean virtudes cívicas y no crímenes detestables.
Para acentuar el temor de que el 4 de septiembre se practique un esfuerzo masivo de falsificación de la voluntad popular, en el gobierno no solo están presentes los neonatos del nuevo código moral que no conocemos los que no estamos iniciados, sino que, además, lo conforman también maestros consumados de los fraudes electorales, como son los marxistas, de los que tomaron lecciones al respecto, fulanos tales como los Maduros y los Ortegas. Hasta a Pinochet lo pararon sus propios colegas cuando hizo un amago de desconocer el resultado del plebiscito del NO.
Ahora bien, ¿cómo se puede defender la ciudadanía de una masiva falsificación de su voluntad soberana? Desde luego, están las armas usuales de la vigilancia y la denuncia, pero saber si son suficientes requiere varias consideraciones adicionales. En primer lugar, un fraude con alguna intención de alterar un resultado amplio es imposible, por lo que nosotros, los que votaremos por el Rechazo, no debemos dar nada por consumado y hacer nuestro máximo esfuerzo porque no tengamos ausencias indebidas producto de un excesivo optimismo. Todos, sin posibles excepciones, tenemos que concurrir a las urnas el día 4 de septiembre próximo.
Sin embargo, creo que la máxima protección contra un intento de fraude masivo está en que forman parte del gobierno, y parte fundamental por su poder parlamentario, los partidos de la izquierda democrática que, por vocación y por virtud capital, hacen de la voluntad popular una norma inviolable. Estos partidos, sin perjuicio de las preferencias de sus directivas, nunca serían cómplices de un fraude masivo que, sin duda, les costaría parte fundamental de sus adherentes. Ese factor hace que el intento de un fraude masivo por parte del gobierno fuera tan caro para sí mismo como para hacerlo desistir de tal propósito.
Debe tenerse en cuenta que la legitimidad del régimen del Presidente Boric y la mayor parte de su poder parlamentario para alcanzar acuerdos que factibilicen las leyes fundamentales que le ha prometido al pueblo de Chile, dependen de ese bloque de partidos de izquierda democrática y basta esa realidad indiscutible para que, incluso, se pueda dudar de que un triunfo del Acuerdo le sea más favorable que si el triunfador es el Rechazo. Si llegara a triunfar el primero, la exigencia de extremar el régimen más de lo que ya está, haría imposible ese apoyo parlamentario que le es indispensable para los tres años y medio que le quedan de estadía en la Moneda. Ese es un argumento que incluso es más fuerte que un posible retiro de su primitiva base de apoyo formada por el PC y los sectores más radicales del Frente Amplio.
Por otra parte, el extremismo del gobierno ya ha provocado un alejamiento visible de gran parte de la militancia de esos partidos de izquierda democrática, cuyas directivas, sin perder todavía la campanilla, en el hecho han perdido buena parte de su militancia por estar apoyando a Boric. Lo demuestran las declaraciones en que connotados miembros de esos partidos han abiertamente roto relaciones con el régimen al pronunciarse anticipadamente por el voto de Rechazo. Esos sectores ya comienzan a darse cuenta que el foso que los separa del comunismo y del extremismo de izquierda es mucho más ancho y profundo que el que ancestralmente han imaginado con lo que llaman “derecha” y que, en su exageración, ha terminado por incluir a todo el que está en el espectro político más allá de sus posiciones más conservadoras. Va a llegar pronto el día en que esos partidos aprendan a distinguir en lo que llaman derecha una infinidad de matices que llegan hasta las posiciones más radicales. En suma, se están dando cuenta de que el foso hacia ese lado es mucho menos ancho y profundo que el que está a su izquierda. Al fin y al cabo, eso de derecha e izquierda es una nomenclatura que ha logrado subsistir más de dos siglos a la Revolución Francesa, de modo que aferrarse a ella a estas alturas solo demuestra una mentalidad más conservadora que lo que la evolución histórica permite. Entre los activos del futuro, en algún momento adquirirá todo su valor el explícito nacimiento de movimientos ultraconservadores y hasta fascistas, lo que está ciertamente ayudando a una mejor apreciación de la magnitud de los fosos limítrofes.
Con todo, sigue siendo válida mi advertencia de ¡cuidado con el fraude! Porque estoy seguro de que diariamente el Presidente Boric recibe empujones hacia ese oscuro rincón del recuerdo histórico. El mejor consejo que se le puede dar es que recuerde que en el salón en que están los retratos de los “dux” de la Serenísima República de Venecia hay uno que está tapado con un velo negro y eso porque intentó trastornar mañosamente la estructura política de su patria.
Orlando Sáenz