¿Destruyendo a Chile?

Cuando se trató de destruir el poderío del Estado filisteo que esclavizaba al pueblo judío, Sansón no organizó un ejército que desafiara al del opresor, no acaudillo un motín popular ni planificó un atentado contra su rey.  Lo que hizo fue abatir las columnas que sostenían el templo en que ese estado opresor sentaba su culto, su aparato administrativo, su majestad y su fortaleza.  Eso nos evidencia que el caudillo judío, o los que escribieron el libro que lo mitifica, ya sabían que para quebrantar un estado es más fácil y más seguro abatir los pilares de su institucionalidad que contender con su poderío a pecho descubierto.

 

Ese descubrimiento, varias veces milenario, nos advierte la vulnerabilidad de nuestro Chile porque hay muy pocos Estados tan dependientes de la solidez de sus instituciones como es el nuestro.  Ello al punto de que se podría asegurar que, sin exagerar, Chile es sus instituciones republicanas.  Y para demostrarlo, así como lo singular que eso es, basta con una comparación: en el mismo lapso de tiempo en que ha trascurrido nuestra etapa republicana, la cultísima Francia ha vivido dos imperios, tres reinados, cinco republicas, una comuna, una ocupación extranjera y ha escenificado en su territorio dos guerras mundiales y soportado dos revoluciones.  Esa impresionante comparación, repetible frente a la historia de la gran mayoría de los estados del mundo, torna asombrosa la joven historia de un país que, como el nuestro, solo ha conocido una larga sucesión de gobiernos civiles constitucionales únicamente alterada por los lamentables episodios de 1891, 1925 y 1973.

 

Las razones que posibilitaron este raro fenómeno son complejas y nunca han sido debidamente estudiadas.  Tal vez la remota y cerrada geografía, una inmigración europea más aguerrida, el famoso efecto frontera de que habla Toynbee, la obligada solidaridad ante reiteradas catástrofes naturales, o la eterna guerra de Arauco, justifiquen el fenómeno, pero lo cierto es que tras apenas un par de decenios de vida independiente, Chile fue ya una nacionalidad perfectamente definida conviviendo bajo una institucionalidad superior a cualquier personalismo y fundamentalmente debida al genio de grandes estadistas como fueron Diego Portales y Andrés Bello.  Esa institucionalidad no solo definió a Chile y lo distinguió entre todos los Estados que emergieron del derrumbe de lo que fue el Imperio Español, si no que se convirtió en definición esencial de nuestra nación.

 

Habiendo constatado la excepcional importancia que para Chile tienen sus instituciones republicanas, hemos de paso demostrado que la destrucción de esa institucionalidad es la forma más eficiente y menos riesgosa para destruir nuestro país.  Nuestra historia demuestra que no han faltado los intentos en ese sentido, el más serio de los cuales fue el de convertir a Chile en una dictadura marxista que fue frustrado a costa del más grave quebranto de nuestra tradición democrática en casi dos siglos.  Tampoco han faltado los intentos esporádicos de descalabrar alguna de nuestras instituciones básicas, de modo que han sufrido ataques espaciados casi todos los poderes del Estado y sus vitales órganos contralores.  Porque la institucionalidad chilena se basa en los tradicionales tres poderes independientes y autónomos (ejecutivo, legislativo y judicial) con el agregado de instituciones contraloras también independientes, como son la Contraloría General de la República, el Banco Central y el Tribunal Constitucional.  A esas instituciones hay que sumar, en el listado de las fundamentales, las tres ramas de las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros.

 

Cada una de estas instituciones fundamentales ha sufrido cuestionamientos a lo largo de nuestra historia, pero nunca estos fueron tan fundamentales y simultáneos como lo son ahora.  En los últimos años hemos visto una enorme pérdida de prestigio de todas las instituciones antes señaladas y eso es muy grave.  Y lo es, mucho más, porque la historia enseña que no existe las casualidades de esta magnitud, lo que induce a sospechar la existencia de un complot coordinado para debilitar a nuestras instituciones fundamentales.

 

Es indudable que el desarrollo de las redes sociales ha facilitado estos múltiples ataques sin necesidad de que exista un grupo coordinador.  Pero en nuestro caso, hay situaciones que permiten sospecharlo, a lo menos en algunos aspectos.  El principal de ellos es en el caso del Cuerpo de Carabineros y las Fuerzas Armadas, en que la presencia de un plan coherente y coordinado de desmoralización y desprestigio es fácilmente detectable.  Es un asunto muy grave y delicado como para agotarlo en un párrafo, de modo que conviene destinarle una completa reflexión posterior a esta.

 

Es efectivo que las redes sociales están descalabrando a los partidos políticos, porque les están arrebatando el monopolio del planteamiento de ideas, iniciativas y candidaturas.  Este fenómeno, que no solo afecta a Chile, promete alterar profundamente la forma de hacer política, y plantea al sistema democrático liberal un desafío por formidable.  Ya hemos visto lo inimaginable, cómo fue el efecto de las redes sociales en la elección presidencial norteamericana, en que la coordinación impuesta por una intervención extranjera posibilitó un descarrilamiento político como el que está implícito en el gobierno de Donald Trump.  Basta ese ejemplo para advertirnos de que las campañas electorales de nuestro propio futuro nunca volverán a ser como las de antes y que estaremos tan expuestos a los fenómenos tipo Trump o Bolsonaro como nunca antes estuvimos expuestos a los aventureros políticos.

 

La diferencia estará dada por la importancia de la estructura institucional tan especial que existe en nuestro país.  Si esa estructura tambalea o se colapsa, Chile quedará destruido y expuesto a cualquier golpe de mano.  Así de grave, así de serio.

 

Orlando Sáenz 

 

Orlando Sáenz Rojas es ingeniero civil, empresario, director de varias empresas y socio fundador de O. Sáenz y compañía. Fue presidente de la SOFOFA. Participa en directorios de diferentes empresas. Autor de los libros Chile, país en quiebra, Verdades dolorosas, Testigo privilegiado, ¿Cuentos o recuerdos?, Trabajos de amor perdidos en el campo chileno y La graciosa: El arte de investigar.