En todos los idiomas que conozco existen palabras que tienen más de un significado y en nuestro castellano ciertamente que abundan. Tal ocurre con la palabra
“fuga”, que puede aludir a un tipo de composición musical o puede referirse al acto de escapar de un encierro o de una situación atemorizante. En la primera de esas acepciones, la forma
musical aludida es de muy especial dificultad y fue particularmente recurrida en el periodo barroco, siendo Juan Sebastián Bach quien la llevo a su cúspide con su monumental “Arte de la Fuga” que
ni siquiera Beethoven pudo superar con su Gran Fuga OP 133.
En su segunda acepción, la de escapar de una prisión o de una situación particularmente complicada, que es el significado más popular y recurrido de la palabra, las
ha habido muy celebres, como la de los presos que lograron huir de Alcatraz, la del Papa Celestino V que huyó del trono pontificio tras un brevísimo reinado, la de Cleopatra que huyó con su flota
de la batalla de Accio, etc. Nosotros, los chilenos, estamos viviendo la trabajosa elaboración de una nueva versión, que seguramente se hará famosa en la historia, de este tipo de Arte de
la Fuga, que está siendo escrito en nuestra memoria nada menos que por nuestro actual Presidente Gabriel Boric.
¿Recuerda alguien a algún presidente que haya huido tan frecuentemente como Boric de su escritorio en la Moneda? Realiza cónclaves políticos en Cerro
Castillo, celebra reuniones de gabinete en barrios y ciudades lejanas, elige para sus discursos la plaza o cualquier lugar donde se pueda parar arriba de una tarima e inventa casi todos los meses
un viaje al extranjero en que ya le queda estrecho cualquier mapa para elegir sus destinos. Nunca un presidente ha viajado tanto y tan sin propósito. ¿Para qué va Boric al
extranjero? No puede ser para fomentar inversiones en Chile, puesto que no hace nada por crear condiciones adecuadas ni para los inversionistas chilenos y parece ignorar que todas las
grandes compañías del mundo tienen departamentos que buscan lugares atractivos para invertir sin necesidad alguna de presidentes que lleguen a buscarlas con discursos y sin políticas internas
efectivas para ello. Tampoco puede ser para fomentar el Comercio Exterior de Chile, puesto que tuvo un subsecretario que majadereó un año para ratificar el principal convenio de ese tipo y
solo se hizo cuando el Senado lo obligó. Tampoco puede ser para invitar a proyectos de gran envergadura, puesto que sobre su escritorio duermen cientos de iniciativas que llevan años
tratando de que les aprueben permisos de ejecución. Tampoco puede ser para que Chile siente bases de alta política internacional, porque ni él ni el país tienen en este momento peso
específico como para siquiera captar la atención de los que se reparten la hegemonía en el mundo.
La única conclusión que explica el arte de la fuga de la Moneda que escribe Boric es su inconsciente demostración de que se siente abrumado por el cargo que una
jugarreta del destino le ofreció. Parecía una panacea de cuatro años, pero se ha revelado como una prisión de tiempo equivalente. Es el tácito reconocimiento de su falta de
preparación y de idoneidad para el ejercicio presidencial. Yo entiendo y disculpo a Boric, porque también a veces me he sentido abrumado por alguna inusual acumulación de
responsabilidades. Él se siente como yo me sentiría en la cabina de un F16 que tengo la obligación de pilotear y simplemente ignoro como hacerlo.
Lo lamentable de la situación es que la estructura institucional de Chile hace imposible que el país camine sin Presidente. Incluso Estados Unidos puede
hacerlo, como ocurrió en el caso de Gerald Ford, que hasta en Washington se decía que no podía caminar y mascar chicle simultáneamente y que, según sus compatriotas, había demostrado que el
país podía prescindir del Presidente sin que pasara algo fuera de lo común. Desgraciadamente no es el caso de Chile y si en la Moneda no hay alguien capaz de tomar decisiones diariamente,
al país le ocurre lo que estamos viendo: una progresiva parálisis que hace retroceder años en unos pocos meses.
En el caso de Gabriel Boric, a su falta de preparación y su falta de carácter hay que sumarle la profunda grieta que escinde a su base política, donde el Frente
Amplio y el PC no hablan el mismo idioma que los girones de izquierda democrática que, pese a su menor peso electoral, ocupa cargos tan claves como los del Ministerio del Interior, Relaciones
Exteriores y Hacienda. El resultado de todos estos desbalances es el de un gobierno que simplemente no puede ni siquiera administrar con algún grado de eficiencia.
Sobre ese panorama se ha cernido el problema de una fragrante corrupción evidenciada por la revelación de la verdadera maquinaria de defraudación con recursos
públicos implementada en forma de fundaciones diseñadas por un partido de la coalición de gobierno. Ante eso, el Presidente ni siquiera ha reaccionado en forma explícita, lo que
revela que no ha sabido medir el desbastador efecto que esa corrupción ha proyectado sobre su régimen.
Por todo lo señalado, me atrevo a asegurar que el texto definitivo del “Arte de la Fuga” que escribe Gabriel Boric será celebre en la historia futura de Chile, eso
si es que hay historia futura de Chile.
Orlando Sáenz