Siempre me ha sorprendido que la gente de izquierda, y mucho más la de extrema izquierda, se tilden de “progresistas” al mismo tiempo que defienden ideas, conceptos
y doctrinas completamente obsoletas por el devenir histórico. Las manifestaciones de esta antonomía abundan, pero hace pocos días tuve la oportunidad de leer un artículo llamado ¿Quién paga
la cuenta?, obra de un conocido e influyente opinólogo y periodista, llamado Daniel Matamala y que ejemplifica cumplidamente esta contradicción. El solo hecho de que sea influyente una
persona con las opiniones de este señor, dice mucho de las razones por las que Chile ha llegado al punto en que estamos. Las opiniones del señor Matamala demuestran claramente que no tiene
la menor idea de lo que, avanzado el siglo XXI, significan los impuestos y tampoco parece entender el papel cabal del dinero en una economía moderna.
Para él, los impuestos son, como se concebía en la Edad Media, la labor de un Robín Hood, que le quita dinero a los ricos y magnates para repartirlo entre el pueblo
hambriento. Ese concepto supone que los ricos guardan el dinero que reciben en cofres celosamente vigilados, de modo que la labor de Robín Hood es robar esos cofres. Para el señor
Matamala, el Estado manejado por la izquierda asume el papel de Robín Hood y los ricos y las empresas son los nobles normandos que esconden monedas para alimentar sus vicios y pagar sus
ejércitos privados. Esa visión medieval de los impuestos y del dinero realmente no es digna de un político de nuestros tiempos.
Los impuestos y todos los sistemas con que se alimentan las arcas del estado son mecanismos de transferencia de recursos al estado desde el sector privado y su
legitimidad solo se puede apreciar cuando el estado compite en razonables términos con la inversión productiva de la riqueza. ¿Quién es mejor inversor en este momento en Chile? ¿El Estado o
el sector privado? Cuando el Estado invierte bien en su propia mantención y en fines sociales prioritarios, está siendo un eficiente inversionista y merece recibir esos recursos y todos se
los van a otorgar con convencimiento, pero cuando el Estado invierte en una administración injustificadamente amplia e ineficiente, que sirve como freno más que como acicate, cuando el Estado
está roído por la irresponsabilidad fiscal y la corrupción, cuando el Estado se proclama empresario e invierte enormes capitales en empresas claramente deficitarias, cuando el gobierno se dedica
a amparar ladrones dentro de sus propios equipos, cuando carga con tareas y subsidios que no tiene forma siquiera de controlar entonces la transferencia a él de mayores recursos no solo es dañina
si no que es moralmente injustificable. En conclusión, hay que dejar de ver en los impuestos la función Robín Hood y mirarlos como lo que son, traspasos de recursos del sector privado al
sector público.
Ciertamente que se podría advertir que el mal comportamiento inversor del estado podría ser igualado o superado por el destino que el sector privado le da a sus
ingresos. Y ahí viene el segundo anacronismo del señor Matamala. Su visión del dinero implica no entender su rol en una economía moderna. Nadie acumula dinero en un cofre
enterrado, porque el dinero escondido es como si no existiera. El dinero produce efectos cuando circula y no cuando está inmóvil. El accionista de una empresa que recibe dividendos,
no los mete en un cofre o siquiera los mantiene en una cuenta corriente, si no que los invierte, directamente o a través de instituciones financieras en nuevas empresas que dan trabajo y crean
riqueza o directamente emprende con esos recursos. No existe riqueza inmovilizada más que en el Estado.
El tercer error capital del señor Matamala está envuelto en su miope pregunta de ¿quién paga la cuenta? Ella denota que no se ha dado cuenta de que siempre el
pagador de la cuenta es la ciudadanía toda. Cuando el Estado le extrae más recursos a una empresa, está la traduce en un mayor costo de producción y, en menor o mayor tiempo, la traslada a
los precios. Y lo mismo ocurre con todos los costos que le impone el Estado al accionar de las empresas. Peor aún el dinero que la empresa transfiere a sus accionistas o socios no
corre distinta suerte, porque el individuo tiene que pensar en cómo coloca su capital en donde no se lo arrebate el Estado y entonces ocurre que se debilita la inversión en el país propio y se
comienza a ayudar a crecer a la economía de un país un poco más inteligente. Tratar de torcer los destinos de los recursos es equivalente a tratar de hacer que el agua fluya hacia arriba o
haga algo que para ella es irracional.
Los buenos economistas de hoy, entre los que no me cuento, saben todo esto y hace mucho tiempo que abandonaron la definición medieval de los impuestos y del rol del
dinero en una comunidad humana. Los que parecen no entender esto son los izquierdistas del tipo del señor Matamala que siguen creyendo en que son los Robín Hood modernos. Lo
extraordinario es que quienes piensan de manera tan obsoleta, ejercen una influencia suficiente para arrastrar a un porcentaje importante de la población en su apoyo. Eso es un problema
educacional, porque cualquier persona con algo de educación, puede fácilmente advertir la falacia de esos argumentos. Las personas como el señor Matamala no creo que sean mentirosos
consientes, sino que solo son ignorante inconscientes.
Orlando Sáenz