Tras los resultados de la elección de delegados a la Nueva Asamblea Constituyente, han sido varios y distinguidos los analistas que se han referido a los peligros
que acechan al Partido Republicano antes de poder consolidar su primera mayoría en dichos comicios. Sin embargo, creo que el problema de fondo que tal partido enfrenta es el del agudo
desequilibrio entre su poder factual y su poder institucional y el largo periodo de tiempo que tiene que salvar sin desgaste para corregir tal desbalance.
En toda estructura democrática de gobierno existen dos clases de poderes, entendiendo por tales a la capacidad de presión sobre la marcha del país de que se
trate. Están los poderes institucionales que contempla la constitución correspondiente (Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder Judicial, además de los poderes establecidos tales como la
Contraloría, el Tribunal Constitucional o el Banco Central, etc.). Pero existen otros poderes factuales que, sin estar incluidos en la institucionalidad formal, ejercen influencia, con
frecuencia decisiva, en las decisiones políticas que marcan el rumbo de la nación (por ejemplo la CPC, la Iglesia Católica, algunos poderosos gremios y Colegios profesionales, etc.). Entre
esos poderes factuales sobresalen, evidentemente, los Partidos políticos.
Sin embargo, en el caso de estos últimos, las elecciones populares les ofrecen la oportunidad de ganar posiciones en poderes institucionales, con la elección de
correligionarios en cargos tales como Senatorias, Diputaciones, Intendencias, Ministerios, Gobernaciones, etc. Normalmente existe una cierta correspondencia, en esos casos, entre el peso
como poder factual y el peso como poder institucional. En el caso temporal del Partido Republicano, existe un agudo desequilibrio entre ambas posiciones porque el resultado de la elección
de marzo le otorgó gran poder institucional en la nueva Asamblea Constituyente que, pese a su importancia, es una instancia transitoria y de corto plazo, a tiempo que su representación
parlamentaria es relativamente insignificante porque corresponde al resultado de una elección en que el partido tenía todavía una fuerza muy limitada. Ese desequilibrio, que se prolongará
hasta las próximas elecciones populares, torna especialmente difícil manejarse en la contingencia nacional durante ese largo intervalo.
En ese lapso, el campo de batalla para contener las pretensiones totalitarias de este desvencijado gobierno, estará situado en el Congreso Nacional donde el Partido
Republicano es muy débil. Allí el muro de contención estará a cargo de los partidos de derecha tradicional y algunos de centro democrático, cuya actuación no podrá dejar de tener efecto
sobre la base de apoyo del Partido Republicano. Es difícil imaginarse la actitud que tendrá que adoptar éste para evitar una excesiva erosión, tanto más cuanto que su posición en la
Asamblea Constituyente le aconsejaría una actitud muy prescindente en la contingencia diaria. Si optara por participar enérgicamente en esa contención desde la tribuna pública, podría
erosionar su prestigio constituyente que debe ser necesariamente sereno y unitario. Otra cosa puede erosionar la aceptación de la propuesta constitucional que finalmente se proponga a la
ciudadanía, con fuertes repercusiones negativas en el partido que más ha influido en su texto.
Tal vez lo más aconsejable fuera mantener una actitud pública reservada, pero respaldada por una intensa gestión de acercamiento y coordinación con los partidos
tradicionales de derecha en busca de un frente común de largo alcance. Para ese fin, la lejanía temporal de las próximas elecciones es una ventaja porque ofrecen la oportunidad de un gran
avance para un pacto electoral sólidamente constituido y conveniente para todos los participantes. En ese esfuerzo de carácter unitario será necesario la presencia activa de los máximos
dirigentes del Partido Republicano, comenzando por el propio José Antonio Kast, puesto que los que tiene empeñados en la Convención deberían mantenerse relativamente al margen de esas tratativas
para concentrarse en la dura tarea que ya les corresponde.
Un factor a tener muy en cuenta es la fuerza con que se está proyectando Evelyn Matthei como fuerte pre - candidata presidencial. Es un excelente prospecto y
sería un grueso error tratar de superponerle otro candidato puesto que ella está en perfectas condiciones para atraer una gran y triunfadora votación. Es evidente que se necesita mucha
sabiduría y generosidad para forjar la alianza que parece la mejor solución para el dilema que enfrenta el Partido Republicano.
En política chilena, unos cuantos meses son un siglo, de modo que el mayor riesgo que enfrenta ese partido es llenar ese inmenso tramo sin desgastarse y trasformar
en poder institucional su actualmente inmenso poder factual.
Por otra parte, para los partidos de derecha tradicionales el papel de muro de contención durante este largo periodo es una gran oportunidad pero también un gran
riesgo. Si se muestran débiles y divididos, el periodo solo les traerá desgaste y precisamente en favor de los republicanos. Si, por el contrario se demuestran capaces de cohesión y
firmeza, pueden ganar posiciones en el sector más céntrico y moderado de nuestra sociedad, que no desea el avance del populismo de ultraizquierda, pero tampoco desea una sociedad eternamente
dividida en bandos irreconciliables.
Orlando Sáenz