Utilizando, con una gran inferioridad, el método hermenéutico de Sócrates, me he acostumbrado a martirizar a mis amigos con preguntas sobre sus concepciones de
sistemas vivenciales que enmarcan el trascurrir de nuestra existencia en este mundo. Una de esas preguntas ha sido, durante años, la de su concepción de los sistemas con que los estados se
proveen de recursos para financiarse y para erogar en la población menos favorecida. Pese a que no hay dos respuestas iguales, todas ellas se pueden enmarcar en dos grandes categorías: la
primera de ellas es la del Estado Robín Hood que, optimistamente, enfatiza la función erogadora del estado, o sea la de extraer recursos de los más favorecidos para entregarlos de muchas maneras
a la parte de la población más despavorida. Los que así opinan, tienen una visión evidentemente optimista del papel del estado que, a través de impuestos, tributos, derechos, royalties,
préstamos, etc., etc. logra obtener los recursos para mantenerse así mismo y para alisar la curva de distribución de la riqueza en busca de mayor equidad social. Quienes así opinan,
pasan por alto que ciertos tributos, y con frecuencia los más sustanciosos, son de naturaleza indirecta y afectan por igual a todos los estratos sociales (como es el caso del IVA, que es el de
mayor recaudación para nuestro propio estado).
La otra categoría corresponde a la visión pesimista del Estado tipo Ali Babá, acompañado siempre por los cuarenta ladrones, que enfatiza la función coercitiva con
que el estado extrae recursos de la población para esencialmente autofinanciarse y para desarrollar actividades ruidosas que se traducen en enormes e inútiles dispendios. Esa visión
pesimista enfatiza lo que el estado consume en una burocracia corroída por el clientelismo político, en el consumo de las Fuerzas Armadas sometidas a la autoridad civil, en financiar a la
política y en proveer los dispendios ostentosos de las propias autoridades. En ese estado Ali Babá, solo es lo que sobra aquello que va en beneficio de la población en general por la vía de
una mala e insuficiente educación, una salud tardía y dispareja y por una serie de servicios que muchas veces no pasan de existir más allá del papel.
El primer gran estadista que detectó la tendencia irreversible del estado republicano a auto consumir la mayor parte de la recaudación tributaria fue el gran
Augusto, y cuando reparó en ello, solucionó el problema con la eficiente drasticidad que caracterizó su largo reinado. Permitió que el estado republicano solo percibiera la
recaudación tributaria lograda en las llamadas “provincias senatoriales” (las que dependían directamente del Senado) mientras que la recaudación proveniente de las llamadas “provincias
imperiales”, serían para otro sistema recaudador al que denominó “fisco” (“cesta” en latín) y su producto solo se dedicaba al financiamiento de programas de beneficio general, como ser obras
públicas, repartición de alimentos subsidiados, pensiones para veteranos, etc. Las provincias imperiales eran todas aquellas que, por estar bajo amenaza de invasión enemiga, quedaban al
mando directo del “imperator”, título que originalmente designaba a un comandante militar que también asumía el gobierno civil de las regiones en que se concentraban las legiones romanas.
En general se trataba de las provincias limítrofes.
Mis observaciones extraídas de mis amigos me demostraron, además, que la visión del estado Robín Hood se hacía mayoritaria en épocas en que los gobiernos de turno
se demostraban activos en su función erogadora o sea que dedicaban la mayor parte de la recaudación a programas de beneficio social y, en cambio, la visión del estado Ali Babá se hacía
mayoritaria cuando el estado daba demostraciones palpables de gastar la mayoría de los ingresos en expandir su propia burocracia, en emprendimientos empresariales ruinosos, en un clientelismo
político voraz, en desfalcos para financiar a partidos oficialistas, todo lo cual se acompañaba usualmente de incremento cada vez más descarado de la corrupción en los miles de derivados de ese
estado dispendioso. Cuando eso último ocurría, aumentaba también la evasión tributaria porque la población, cada vez más irritada, la veía como una hazaña celebrable por aquello de que
“quien le roba a un ladrón….”.
No cabe duda entonces, de que cuando un gobierno dispendioso pretende aprobar reformas tributarias que tienen a incrementar sus ingresos, lo hace en un ambiente
publico francamente hostil que le pasará la cuenta en la próxima elección a los sectores que apoyen esas tentativas para lograr mayores recaudaciones que le permitan financiar solo lo que alaga a
sus partidarios más acérrimos. Tal es exactamente el caso de la reforma tributaria que quiere aprobar el gobierno de Gabriel Boric, que es un típico ejemplo del estado Ali Babá con el
agravante de que sus ladrones no son cuarenta si no que muchísimos más. Si él estuviera dando ejemplos de austeridad, la ciudadanía tal vez estaría mejor dispuesta para otorgarle recursos
adicionales con la confianza de que estarían bien destinados al beneficio de los más desposeídos. Pero no es creíble en un gobierno que carga con decenas de miles de nuevos paniaguados del
Estado y que financia ocho viajes presidenciales al extranjero en los primeros diez meses de gobierno con un costo promedio de 200 millones de pesos en cada uno de ellos (según calculo
efectuado por un responsable medio de comunicación en febrero de 2023).
Por eso es que no es difícil pronosticar que el gobierno Boric no obtendrá la reforma tributaria que pretende y que, con una ingenuidad digna de mejor suerte,
trata de adornar con anuncios de destinos de tipo populista pero que son completamente irreales. Su proyecto tipo ómnibus (como fue el ridículo proyecto de reforma constitucional que
elaboró la tristemente recordada Convención Constitucional pergeñada por sus más conspicuos “monos peludos”) será seguramente desglosado y rechazado en sus aspectos
fundamentales. Y ello porque Chile está ya suficientemente arruinado por gobiernos como el suyo y porque está harto de la pandilla de frescos que lo rodean.
Y lo peor de todo es que no se divisa a alguien parecido a Augusto, capaz de poner al fisco al servicio del pueblo para darle una educación y salud digna de un
pueblo civilizado.
Orlando Sáenz