EN BUSCA DEL VEREDICTO

En mis dos últimas reflexiones (“Comunismo y Estado” y “Comunismo en Tres Etapas”) creo haber dejado perfectamente en claro cuál es el fundamento teórico de Marx y Engels que Lenin trasformó en un programa político para los Partidos Comunistas que nacieron de esas concepciones.

Para ello, y para evitar cualquier duda de que yo pudiera estar tergiversando  o mal entendiendo esos postulados, invoqué la comparecencia como testigo del propio Lenin a través de su copiosa literatura.  Cumplida esas dos etapas, corresponde que ahora cierre mi rol de fiscal y lo quiero hacer, no con una interpretación ética, si no que con la máxima prueba a que puede aspirarse, cual es la de los resultados prácticos que ha producido la aplicación del camino marxista leninista hacia la sociedad sin clases autoestablecida como meta.

Lenin planteó su programa político para los PC’s durante el primer cuarto del siglo XX, o sea hace exactamente un siglo.  Durante ese lapso, son muchos los países en que se ha experimentado la constitución de ese utópico Estado sin clases que, finalmente, culmina en la propia extinción.  La lista incluye a la Unión Soviética, a todos los países satélites en Asia y en Europa Central y Oriental,  en China, Vietnam, Camboya, etc., en Africa en algunas partes como Etiopia, y en América en Cuba, y Nicaragua, etc.  De esa enorme experiencia se pueden extraer, sin posibilidades de argumentación contraria, las siguientes conclusiones: 1) Todos terminaron en desastres políticos, económicos y sociales; 2) Solo en uno se llegó a intentar la disolución del Estado (Camboya) y en todos los otros, y después de larguísimos monopolios en el poder, impera el estado comunista con enorme nivel de violación de los derechos humanos.  El fracaso económico ha sido estruendoso, si se compara el crecimiento con relación a los países democráticos capitalistas.

Si se le pregunta a internet cuales han sido los dictadores más genocidas de la historia, de su listado de 10, son 5 los de regímenes comunistas y la pavorosa lista la encabeza el chino Mao Zedong con 78 millones de víctimas y lo sigue José Stalin, con 23 millones.  El horroroso recuento es tan impresionante que parece increíble que todavía haya quienes proponen entrar por la senda de ese paraíso comunista que ni existe ni llega.

Pienso que basta todo lo señalado para aquilatar, en su cabal dimensión, la increíble tontería de estar tratando de escribir una nueva constitución para una proyectada progresista democracia libertaria y representativa, con un Partido Comunista programáticamente preparado para subvertirla y destruirla.  Eso tiene tanto sentido como el esperar las proverbiales peras del proverbial olmo.  En lo que a mí respecta, no lo podía creer cuando escuché que los partidos democráticos estaban invitando al Presidente del PC a acordar los fundamentos básicos de una nueva constitución para un remozado Chile democrático.  ¿Es que nunca han leído los fundamentos y el programa de este partido? ¿Es que  estaban dormidos cuando saltaron hechas pedazo las tres alianzas políticas que ha integrado el PC para acceder al gobierno de Chile (Frente Popular, Unidad Popular, Nueva Mayoría)? 

Habiendo cerrado mi alegato final, solicito de mi imaginario jurado el veredicto de culpabilidad y mi propuesta de condena para el PC.  Comprendo que para emitir sentencia, es necesario discutir si una democracia puede acordar medidas preventivas frente a partidos que programáticamente legitimizan la violencia, la sedición y la sistemática eliminación de clases sociales y de “compañeros de ruta”.  Para ilustrar esa posible duda, propongo recurrir a la historia y al sentido común.  Este último señala que privar de defensas preventivas a un sistema político en relación a sus enemigos declarados es proponerse una tontería sin nombre.  Aquella muestra que existen, y han existido, democracias que han tomado esas precauciones, como ocurrió con el funcionamiento de las leyes contra las actividades anti norteamericanas en los Estados Unidos y con varios estados que han prohibido constitucionalmente la existencia de PC’s en sus territorios.

Es apoyado en esas realidades incontestables que solicito se apruebe la exigencia de que la nueva constitución proscriba la existencia legal del Partido Comunista chileno y le imponga a sus miembros la obligación de suscribir un compromiso de abandono de todo acto político basado en la violencia.  Quedaré a la espera del veredicto de mis lectores.

Orlando Sáenz