ESTADOS UNIDOS: EL IMPERIO QUE NO FUE

Cuando, al iniciarse la década de los 90’s, implosionó el imperio comunista de la URSS y sus satélites, todos pensamos que se iniciaba una era en que un imperio mundial traería paz y prosperidad bajo el benévolo y suave gobierno de Washington.  Hasta un gran intelectual y filósofo alentó al mundo con su libro sobre el fin de la historia, entendiéndola como pugna de sistemas antagónicos de gobierno y de economía.  Nadie, en verdad, se atrevería a contradecir que la economía libre de mercado y el sistema democrático de gobierno no tenían ya rivales que enfrentar en el campo de las ideas y proyecciones de futuro.

Sin embargo, apenas veinte años después vivimos a la sombra de una nueva Guerra Fría que amenaza trastornar al mundo entero con un choque respaldado por aterradoras armas que podrían fácilmente conducir al fin de la humanidad.  ¿Por qué Estados Unidos fue incapaz de sostener en sus manos las riendas de un poder imperial que recibió por simple colapso de su principal adversario?  Se han escrito cientos de sesudos libros para responder a esa pregunta crucial, pero, a pesar de eso, me atrevo a opinar que las razones verdaderamente de fondo se pueden resumir de la siguiente manera: no pudo gobernar el mundo porque perdió la supremacía económica que en un determinado momento llego a detentar;  no pudo porque su gobierno ha perdido la capacidad preventiva en lo que se refiere a política exterior y solo conserva una trabajosa capacidad reactiva;  no pudo porque hace ya mucho tiempo que no genera gobiernos ni siquiera de ocho años de continuidad, por lo que  está constantemente sometido a cambios de política exterior cada cuatro años conviene. Ciertamente, que cada uno de los puntos que he connotado antes de sacar conclusiones proyectivas si es que esas fundamentaciones se consideran válidas.

Para graficar la perdida de ventaja económica de Estados Unidos, conviene recordar que en la época de los años 50’s, un futurólogo y filósofo francés llamado Jean- Jacques Servan Schreiber alborotó al mundo con su libro “El Desafío Americano” en que postulaba que,   de prolongarse las tendencias de entonces, para fines del siglo la economía norteamericana imperaría como la única relevante del planeta y, para demostrarlo, listaba un par de decenas de productos esenciales para la producción y demostraba que en todos ellos, salvo en el cobre, Estados Unidos superaba a cualquier otro país y a veces por distancias enormes.  Era el tiempo en que las utilidades de la General Motors superaban a las ventas del mayor productor de automóviles fuera de Estados Unidos, que era la FIAT y por otra parte, las ventas de aquella superaban varias veces el producto interno bruto de Suecia.  Pero, llegado el fin del siglo, el mismo autor tuvo que escribir su libro “El Desafío Mundial” para reconocer que no solo no se había cumplido su profecía de mediados de siglo si no que la distancia económica entre Estados Unidos y otros países del mundo se había acortado significativamente lo que atribuía a que el gran capitalismo, al buscar más amplios campos de acción, se había difundido por el mundo en busca de mercados más amplios, mano de obra más barata y situaciones tributarias más favorables.

Hoy día, menos de un cuarto de siglo después, vemos que Estados Unidos ya no es el mayor productor de gran cantidad de ítems básicos, como que China lo supera decenas de veces en la producción de acero y es la fabricante de la mitad de los autos que hoy emergen terminados de todas las plantas diseminadas por el mundo, muchas de ellas sembradas por lo que fueron las grandes productoras norteamericanas, y como esos ítems básicos, podríamos seguir la lista con aluminio, litio, tierras raras, chips de computación, etc.

Creo firmemente que las razones que Servan Schreiber entregó en el “Desafío Mundial” siguen operando hoy día y justifican esa pérdida de liderazgo económico a la que asigno la mayor responsabilidad en la  incapacidad demostrada por Estados Unidos para gobernar un imperio casi mundial.

Por otra parte, para ese gobierno universal Estados Unidos carga con dos desventajas sumamente relevantes.  Por su estructura política interna, no tiene capacidad preventiva en lo que se refiere acciones en el exterior.  Y esto es un asunto de larguísima lata.  Si repasamos la historia norteamericana, reparamos en que nunca ha podido emprender una acción exterior armada sin una incitación externa que pueda calificarse como agresión.  Le pudo declarar la guerra a México como represalia por aquello de lo de El Paso.  Le pudo declarar la guerra a España como represalia por el hundimiento de un barco norteamericano en la bahía de La Habana.  Le pudo declarar la guerra a los Imperios Centrales en 1917 como represalia del hundimiento del “Lusitania”.  Pudo entrar en la Segunda Guerra Mundial solo después del desastre de Pearl Harbor.  Pudo declarar la guerra a Corea del Norte solo por la agresión de esta a su aliado y vecino del sur.  Pudo declararle la guerra al terrorismo solo después de lo de las Torres Gemelas y para invadir Irak tuvo que “inventar” una acumulación de armas de destrucción masiva.

Esa necesidad de explicar primero las razones de una acción militar en el exterior contrasta agudamente con la capacidad que para ello tienen los países y bloques totalitarios.  ¿Se puede alguien imaginar que un régimen antagónico  se podría haber consolidado sobre las fronteras mismas de la URSS bajo Stalin, Brézhnev o Jrushchov sin que las tropas rusas hubieran irrumpido de inmediato? ¿Es que ya no nos acordamos de la primavera de Praga?

Un caso que muestra claramente la desventaja que con esto sufre Estados Unidos para ejercer un poderío mundial se encuentra en Chile durante el gobierno marxista de Salvador Allende.  Cuando el marxismo alcanzó el poder en Chile en 1971, sonó como un campanazo mundial que alarmó a todas las cancillerías: ¿Se consolidaría otra Cuba en Sudamérica, esta vez con un país más grande y continental? Todos reaccionaron a su manera, pero mientras Cuba y la URSS  a través de ella enviaban armas y hombres para Chile para apoyar la revolución en marcha, Estados Unidos solo podía tener conversaciones subrepticias de su presidente con su Secretario de Estado para ordenar que la Embajada en Chile ideara un plan para desestabilizar al nuevo gobierno.  De ese plan yo, que fui un testigo privilegiado de la época, no noté efecto alguno que significara un apoyo a la causa de quienes nos oponíamos al régimen y, en cambio, vi con mis ojos la guardia cubana que rodeaba al propio Presidente de la República.  Teniendo en cuenta estos antecedentes, sorprende mucho que los partidos de izquierda chileno traten de demostrar que la caída del régimen de Allende se debió primordialmente a la “intervención” norteamericana, cuando lo que realmente ocurre es que de esta supimos algo por la transparencia que las democracias como la Norteamérica están obligadas a mantener y que contrasta atrozmente con el secretismo de los gobiernos totalitarios que no necesitan ni rendirle cuentas a la historia.

El otro punto en que Estados Unidos carga con una desventaja enorme a la hora de ejercer una hegemonía mundial es el de la alternativa cuatrianual en el poder que impone una política exterior errática.  Desde los tiempos de Eisenhower, en el país del norte han primado los gobiernos de cuatro años y solo ha habido tres gobiernos de ocho años.  Todos seguidos por regímenes opositores.  Esa alternancia es muy dañina para la política exterior de un país que está condenado a actuar en todas las situaciones mundiales y contrasta, bruscamente, con la agilidad que le da a los países totalitarios el largo periodo de continuidad gubernamental que pueden mantener.  No creo que sea necesario aludir a detalles de los eternos gobiernos que han experimentado todos los regímenes comunistas que se han consolidado en el mundo.  Esos regímenes generalmente terminan por implosiones, cuando sus contradicciones internas hacen imposible continuar, como es el caso de lo que ocurrió en la URSS y será el caso, más temprano que tarde, de lo que ocurrirá en países como Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Al terminar este análisis, breve y endeble de investigación, es necesario prever que estas opiniones que tratan de ser solamente objetivas se extrapolen a lo que yo puedo desear que ocurra.  No soy partidario para nada de los regímenes totalitarios, pero reconozco que la democracia no está hecha para gobernar hegemonías mundiales.  Es por eso que a la situación actual le encuentro parecido al drama  de la agonía de la Republica Romana que tuvo que morir porque con las reglas internas de ella no podía gobernar un imperio y necesitaba la autocracia.  Lo que allí paso fue que el genio de Augusto logró dibujar una autocracia disfrazada de república y eso provocó que existiera una sombra democrática hasta el final del imperio que fue realmente una dictadura militar  desde el siglo primero  en adelante.

Sospecho que Donald Trump puede ser la primera gran manifestación de esa conciencia que conduce fatalmente a elegir entre la democracia interna y el gobierno de un imperio de alcance mundial.  Dios quiera que esa sospecha no tenga base porque, de tenerla, estará en peligro la madre de todas las democracias modernas.

Orlando Sáenz Rojas