LA AVENTURA DE ASIMET

En una fría mañana del invierno de 1970, me visitó en mi oficina de Maestranza Cerrillos, el Sr. Eduardo Almarza, que era el Gerente General de Cintac, con el que teníamos buena amistad porque, además de vecinos del barrio Maipú, era un importante proveedor de perfiles de acero para nuestras estructuras.  Esta vez no venía en plan de vendedor, si no que a invitarme a una lista de tres candidatos para ganar puestos en el directorio de Asimet (Asociación de Industriales Metalúrgicos) que, al mes siguiente, estaba llamando a elección de tres consejeros para integrarse a su directorio de 21 miembros.  Me hizo notar que, aunque pareciera increíble, no había ningún “maestrancero” en el directorio vigente, de manera que estábamos completamente subrepresentados los industriales productores de bienes de capital.  Por esos tiempos, nosotros estábamos gestionando la creación de una Corporación de Bienes de Capital, de modo que estar presentes en el directorio de Asimet era algo muy conveniente.  Por esas razones, acepté la invitación de Eduardo Almarza y comenzamos a llamar a amigos del sector para obtener los votos suficientes que necesitaríamos para lograr esos puestos en ese directorio.  Nos fue bien en nuestro empeño y, por eso, pudimos incorporar dos maestranceros al directorio Asimet en el mes de agosto, uno de los cuales era yo.

Pocas semanas después, cuando no había asistido más que a un par de directorios en que jamás vi a los veinte colegas reunidos en su conjunto, llegó el increíble viernes 4 de septiembre en que Salvador Allende ganó, por estrechísimo margen, la elección presidencial de ese año.  Es muy difícil pode olvidarse de la locura que comenzó en Chile ya en el anochecer de ese histórico día.  Esa noche, bastante tarde, me llamó por teléfono Octavio Aguilar, que era el Gerente General y factótum de todo lo que ocurría en Asimet, para encarecerme la asistencia a un directorio extraordinario que tendría lugar a las 08:30 am del día siguiente.  Nunca podré olvidar ese madrugador viaje a las oficinas de Asiment del sábado 5 de septiembre de 1970.  El centro de Santiago parecía un carnaval aún a esa hora y ciertamente que yo no sabía que esa reunión de directorio extraordinaria, con los veintiún directores presentes significaría un cambio total en mi vida.   Durante su desarrollo, pedí desechar todas las teorías que aseguraban que, pese a su triunfo, el Senador Allende no llegaría a la Moneda porque el Congreso Pleno no ratificaría su triunfo relativo y preferiría proclamar a Don Jorge Alessandri, quien había sido segundo a pocos votos de distancia del triunfador.  Mi tesis era que lo único constructivo que podríamos hacer en ese momento era prepararnos para un eventual gobierno de Allende, porque, a mi juicio, era lo más probable que ocurriera.  Fue por esa tesis, testarudamente sostenida, que me incorporé a la mesa directiva de cuatro miembros en cuanto el Congreso Pleno ratificó el triunfo de Allende y, pocas semanas después, me pidieron que asumiera la presidencia del gremio.

En el periodo que se extendió desde septiembre a noviembre de 1970, Allende, todavía no ratificado por el Congreso Pleno, se esforzó a fondo para tranquilizar a la población y organizó varias reuniones en su residencia de la calle Guardia Vieja, especialmente con los gremios empresariales, para someterlos a una intensa “operación Valium”.  El directorio de Asimet no quiso aceptar esas invitaciones pero acordó enviar al más nuevo e insignificante director a observar esas reuniones.  Yo era ese jovencito que no comprometía a nadie y fue en un par de esas ocasiones en que asistí a la casa de Guardia Vieja y por primera vez en ella conocí al que sería el siguiente Presidente de Chile.  En ambas ocasiones, Allende recibió a sus cuatro o cinco invitados teniendo a su lado a un personaje tan clave como sería su futuro ministro de economía Pedro Vuscovick, el que iba a ser el más importante y poderoso miembro del primer periodo de ese gobierno de la Unidad Popular.  Me basto eso para darme cuenta que era un hombre muy voluntarioso y consecuentemente peligroso, como en realidad ocurrió.  

Con la presidencia de Asimet asumí la responsabilidad de preparar y presidir una gira de empresarios metalúrgicos a los países de la Subregión Andina, al que se le había agregado Cuba por especial pedido del nuevo gobierno.  El otro compromiso importante era la realización en Chile del Primer Congreso Metalúrgico de esa Subregión, que celebramos con mucho brillo entre el 15 y 22 de agosto de ese año 1971, cuando yo ya era presidente de la SOFOFA y continuaba siendo simultáneamente Presidente de Asimet y también de AILA (Asociación de Industriales Latinoamericanos).

El cumplimiento de la gira a la subregión tuvo lugar durante el mes de abril de ese mismo año y fue así como salí de Chile presidiendo a un grupo de unos cuarenta empresarios metalúrgicos.  A fines de ese mes, y habiendo ya pasado por Perú, Ecuador y Venezuela, nos dirigimos a Cuba en donde vivimos increíbles experiencias.  En esa visita no vimos a Fidel Castro porque estaba en una gira en el exterior, pero ello no impidió que nos recibieran en el aeropuerto José Martí con una enorme ceremonia presidida por altos funcionarios de gobierno.  En medio de ella, se me acercó por la espalda un chileno que me susurró al oído un inquietante mensaje: “Soy el Encargado de Negocios de la Embajada de Chile, y es imprescindible que conversemos antes de que ustedes inicien cualquier actividad”.  Ante tan perentoria recomendación, no hice más que dejar mi equipaje en el Hotel Nacional, y me dirigí a donde estaba la Embajada de Chile que todavía era, provisoriamente, una suite en un ex – hotel y me hice acompañar por mi gran amigo Eugenio Varela, que era el Gerente General de la Corporación de Bienes de Capital que recientemente habíamos fundado.  Eugenio era Ingeniero de la UC, unos cuatro o cinco cursos antes del mío, y había sido cadete de la Escuela Naval.  Cuando tocamos el timbre de la suite de la embajada, nos abrió la puerta el mismo señor del aeropuerto y apareció con un dedo sobre los labios para imponernos silencio desde el primer momento.  Entró hasta donde había una mesa central bajo una instalación que creaba una cortina de agua que recogía una fuente portátil.  Al ponernos debajo de esa instalación él comenzó a susurrarnos diciéndonos  un inquietante mensaje: “soy el único funcionario de la embajada, acabamos de sufrir la expulsión del embajador Jorge Edwards que fue declarado persona non grata y tuvo que irse (el episodio de la expulsión está narrado prolijamente en el libro de ese escritor chileno que tituló con ese nombre) y este recinto está plagado de micrófonos, de modo que hemos hecho esta instalación para poder hablar confidencialmente”.  A pesar del escándalo que esta revelación provocó en Eugenio, que como buen ex marino no podía soportar la idea de que Chile no tuviera privanza ni siquiera en su embajada, el mensaje que nos quería trasmitir el encargado de negocios era que teníamos que movernos en Cuba con extremada cautela e intachable comportamiento, sobre todo en lo tocante con las relaciones que pudiéramos trabar con cubanos y cubanas.  Nos contó que acababa de ocurrir un incidente diplomático porque un cadete chileno del buque - Escuela “La Esmeralda”, que había recalado en La Habana poco antes, se había involucrado con una cubana y esta lo había denunciado.

Lamento no recordar el nombre de este encargado de negocios, que era un diplomático de carrera y que vivía aterrado.  Se desempeñaba en la Embajada de Chile en Washington hasta que lo trasladaron a La Habana provisoriamente para hacerse cargo de nuestra embajada en la isla en vista de la expulsión de Jorge Edwards.  El pobre hombre vivía aterrorizado sin lograr comprender como Chile aceptaba el trato que se le daba a nuestra embajada allí.  Sus dos últimas recomendaciones fueron que mantuviéramos un comportamiento muy recatado y formal y que no nos quedáramos por ningún motivo para la celebración en La Habana del  1° de mayo, porque si estábamos presentes, nos usarían como propaganda en todo el mundo.

En cuanto regresamos al Hotel Nacional, reuní a la delegación completa en un recóndito rincón de los jardines del hotel, y allí les leí a todos “la cartilla” del comportamiento y anuncié que haríamos los trámites para salir de Cuba el día 30 de abril con rumbo a Ciudad de México, destino que inicialmente no estaba contemplado en la gira.  Ni que decir tiene que los dos días que siguieron fueron un verdadero tormento, siempre atento a que no hubiera comportamientos equivocados de alguno de nuestros compañeros.  Eso significaba que todos eludieran las tentaciones que cada cubano que se podía acercar a nosotros ofrecía a cambio de muchas cosas de uso corriente, principalmente de insulina.  A cambio de eso, ofrecían desde antigüedades a prestaciones personales de todo tipo.  No dormí prácticamente nada durante esa estadía, de manera que caí como tronco cortado en la cama del hotel de Ciudad de México a donde llegamos en la noche de ese memorable 30 de abril.  A las 7 am del día 1° de mayo, me despertó inopinadamente una llamada telefónica y, medio dormido, escuché la voz de Eugenio Heiremans que me decía: “Entrégale la jefatura de la gira a tu segundo, corre al aeropuerto y regresa a Santiago en lo primero que encuentres.  Estamos en crisis y te necesitamos aquí con suma urgencia”.  En vista de lo señalado, le entregué la jefatura del grupo a José Zavala, que era el Vice – Presidente de Asimet, y comencé el ajetreo para conseguir un boleto a Santiago esa misma tarde. 

Mi aventura de Asimet podría haber terminado allí, porque la emergencia era la necesidad de asumir la presidencia de la SOFOFA.  Sin embargo, retuve la presidencia de Asimet dejando la operatoria diaria en manos de mi excelente Vice – Presidente y del inefable Octavio Aguilar, el Gerente General.  Ciertamente que no lo hice por el placer de ser bi presidente, sino porque era el principal gremio de la SOFOFA y tenía valiosísimos servicios técnicos y legales.  En mi calidad de tal, presidí el primer Congreso Metalúrgico de la Subregión  Andina, que celebramos en Santiago a fines de Agosto de ese año 1971.  Mi apego a Asiment ha sido tal que hasta hoy mismo cultivo la comunicación con esa institución a pesar de que, para mí, está poblada de muchos fantasmas de amigos que ya se han ido.

Orlando Sáenz Rojas