En mi primer año como presidente de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), me correspondió, además, ocupar el cargo de presidente de AILA (Asociación de
Industriales Latinoamericano), entidad cuyas oficinas centrales se encontraban en Montevideo. La presidencia era rotativa y, por puro azar, le correspondía a Chile en el año 1971.
Pese a mi abrumador trabajo en la presidencia de SOFOFA bajo un régimen marxista, hice lo posible por atender a los pedidos de intervención que, en el marco Latinoamericano, podía solicitarme
alguno de los miembros, lo que ocurrió efectivamente en algunas ocasiones. Curiosamente, una de ellas provino de Venezuela, que era el único país de la región que en ese momento yo no
conocía.
Así las cosas, me llegó un pedido de audiencia en Santiago para un grupo de tres enviados industriales. Cuando la reunión se efectuó, llegó también,
acompañándolos, el embajador de Venezuela en Chile. Me explicaron que los empresarios venezolanos habían contratado a un grupo de asesores de gran prestigio internacional para prepararles un
estudio sobre la forma de prever para ellos el caso de tener que enfrentar a un gobierno de extrema izquierda. Estos expertos habían decidido utilizar el caso chileno como ejemplo de lo que
el empresariado no debió haber hecho para prevenir tal riesgo. La lección era muy obvia, porque habíamos caído en un gobierno de esas características como fue el de Salvador Allende.
Por tanto, lo que deseaban era que yo dictara un simposio de tres charlas sobre la situación en Chile y la forma en que la estábamos encarando por ese entonces. Cuando accedí a ellos,
llegaron a preguntarme cuales serían mis honorarios, a lo que respondí, como correspondía, que no había honorarios porque era mi deber hacerlo en mi calidad de Presidente de AILA.
Por entonces, yo tenía la política de nunca hacer una intervención en el exterior sin llevar un compañero bien escogido. Para ese primer viaje a Caracas,
escogí a Gregorio Waissbluth porque, además de ser un magnifico amigo y consejero, era el Gerente General de una empresa con conexiones venezolanas. Por aquellos días, yo mantenía un
contacto valioso y frecuente con el ex Presidente Eduardo Frei Montalva, el que, al enterarse de mi próximo viaje, me propuso una conversación con el Presidente Rafael Caldera, que era un
excelente amigo, correligionario demócrata cristiano y todo un eminentísimo personaje Latinoamericano. Lo primero que hice al llegar a Caracas fue confirmar la cita y, al día siguiente, fui
al Palacio Miraflores, sede del poder ejecutivo venezolano. La entrevista con el mandatario fue larga y cordialísima, de modo que recibí con sumo placer la fotografía de Estado suya que aún
hoy adorna mi oficina. Hablamos de todo y, más que nada, de su gestión como gobernante. Estaba en el primero de sus dos periodos presidenciales y tenía bastante oposición
política, como que su candidato perdió la siguiente elección presidencial, estaba en el apogeo de su lucidez y la conversación fue muy enriquecedora para mí, además de que me demostró un
gran conocimiento de lo que pasaba en Chile.
Sin que yo se lo pidiera, Gregorio Waissbluth inventó su papel de secretario – informante e, inmediatamente después de mi primera charla, me comentó, muy excitado,
que yo tenía un auditorio compuesto por ministros, parlamentarios y grandes empresarios, al punto de que en esa primera charla estuvieron presente casi todos los “Doce Apóstoles”. Ante tal
nombre, yo exclamé: “¿Qué significa eso de Doce Apóstoles?”. Y por primera vez me enteré de que llamaban así a los “dueños de Venezuela”, un grupo de doce grandes empresarios que eran
dueños de las principales empresas del país y con un tremendo poder económico y político. A medida de mis charlas, fui conociendo y creando amistad con varios de ellos, principalmente
con Gustavo Vollmer. De ese viaje fluyeron varios negocios que hice cuando el gobierno militar chileno comenzó a privatizar las empresas que el gobierno de Allende había usurpado
ilegalmente, como fue el caso del Banco del Trabajo y el de la Indus-lever.
Mis seis charlas (que fueron 3 repetidas dos veces) fueron muy exitosas y bien catalogadas. Tras una de las vespertinas, don Gustavo Vollmer me invitó a comer
a su casa y me causó asombro el que lo escoltaran siempre guardaespaldas y automóviles con hombres armados. Me aseguró que era peligroso moverse en el país siendo un empresario notorio, de
modo que entendí perfectamente que Venezuela estaba en un equilibrio socio-político muy inestable, lo que todas mis experiencias posteriores me confirmaron.
Como ya señalé, esa semana en Venezuela fue el origen de una serien de oportunidades posteriores que me ocuparon en mi actividad profesional después de mi regreso a
la vida privada.
A poco de abandonar el servicio en el gobierno militar, fui invitado a participar en un coloquio sobre integración a celebrarse en Caracas a mediados del año
1974. Pocos días antes de mi partida, nos invitaron a la recepción que con motivo del matrimonio de una hija del Almirante José Toribio Merino tendría lugar en el Palacio Presidencial de
Viña del Mar. En medio de la celebración, se me acercó un edecán del General Pinochet que me escoltó hasta un saloncito en que él estaba. El objeto de esa convocatoria era solicitarme
que portara a Caracas una carta personal del General Pinochet para el Presidente electo de Venezuela Carlos Andrés Pérez, que también concurriría a ese coloquio a celebrarse antes de asumir el
cargo. Por supuesto, accedí gustoso a ese rol de cartero y, en cuanto comenzó el coloquio, le pedí a un gran amigo venezolano que iba a ser nombrado Ministro de Agricultura del nuevo
mandatario, que me procurara una cita con él para entregarle la misiva de mi Presidente, cosa que hizo de inmediato.
Al darme la carta, Pinochet me había insinuado que buscara la forma de conversar un poco con Carlos Andrés Perez para comentarle la tarea de limpieza y represión
que los militares chilenos tenían que hacer para controlar el país, y tuve la satisfacción de que el presidente electo me facilitara la tarea entrando en una prolongada charla. Recuerdo que
me dijo que él sabía muy bien lo que era la insurrección fomentada por los comunistas, como que había sido Ministro del Interior del Presidente Rómulo Betancourt, él que había sufrido hasta
atentados contra su vida. Me contó, con lujo de detalles, el encuentro de Betancourt con Fidel Castro, que había tenido lugar cuando él líder de la revolución cubana estuvo de visita en
Venezuela durante el gobierno de aquel.
“Señor Castro, deseo agradecerle sus palabras de buenos deseos para mi país que no han faltado en sus discursos durante esta visita. Puedo asegurarle que no
tendrá mejor amigo que yo si es que sus buenos deseos se demuestran sinceros y no se contradicen con la actividad guerrillera en mi patria. Pero debo advertirle que no tendrá peor enemigo
que yo si es que se llega a comprobar que Cuba fomenta la insurrección en Venezuela. Con esta advertencia le acompañaran mis deseos de feliz retorno a su patria”. Como el Sr. Perez
estaba sentado al lado del Presidente venezolano cuando le dijo eso a Castro, me aseguró que no necesitaba detalles para entender el problema en que estaba Pinochet en Chile. Luego me
solicitó que yo fuera portador de una carta de respuesta a la de Pinochet, la que me haría llegar antes de regresar yo a Chile, cosa que, por supuesto, acepté complacido.
Cuando nos despedíamos, el Presidente Pérez me dijo una frase misteriosa: “Yo sé que usted es buen amigo de Alejandro Osorio (que era su futuro ministro de
Agricultura y quien me acompañó a la entrevista), de modo que le aconsejo que escuche bien lo que él tiene que decirle”. Por cierto que la curiosidad me mataba, de modo que, en cuanto
salimos, le pedí a Alejandro que me dijera de inmediato aquello a que el Presidente electo aludía. Era bastante embarazoso: el Presidente Pérez había sostenido una reunión con el de
Colombia en un punto de la frontera entre ambos países y, en ella, el colombiano le había dicho que su gobierno rechazaría el agreement solicitado por el gobierno chileno para nombrar embajador
en Bogotá, y no quería hacerlo antes de saber qué había decidido el nuevo Presidente Venezolano en relación al pedido de agreement de Chile para la Embajada en Caracas. La razón del rechazo
era que ambos propuestos eran carabineros en retiro, lo que era imprudente en dos países hermanos que habían sufrido grandes trastornos para librarse de dictaduras militares recientemente.
Al recibir ese mensaje, me manifesté muy en contra de ser yo portador de algo tan desagradable, pero Alejandro me convenció de que era una oportunidad para cambiar la propuesta y no tener que
llegar al desaire de ser oficialmente rechazada. Ni que decir tiene que a Pinochet no le gustó para nada el recado, pero lo aplacó lo bueno que debe haber contenido la carta respuesta del
Presidente Pérez porque se manifestó agradecido de ella. Por cierto que yo nunca conocí lo que decía esa carta, pero me consta que la actitud posterior del Presidente Pérez en relación al
gobierno militar chileno no tuvo mucho de agradable. Tampoco supe como resolvió la Cancillería chilena el problema de los agreement amenazados de rechazo público, pero debe haber sido de
una forma razonable puesto que no hubo ningún escándalo al respecto.
En cuanto al coloquio de integración, que era el motivo básico de mi presencia en Caracas, fue excelente pero algo sorpresivo. No tenía público ni
periodistas, de modo que más parecía una conversación entre amigos. Había un invitado por país y las únicas excepciones fueron las de Chile y Argentina. Éramos dos chilenos, pero
Gabriel Valdes no estaba invitado como tal si no que como alto funcionario de Naciones Unidas y, en el caso de Argentina, estaba presente el ex – Presidente Arturo Illía y el ex – Ministro de
Economía Aldo Ferrer. Al final del coloquio se nos solicitó votar por el que creíamos más brillante expositor y, para mi sorpresa, resultó casi unánime la votación que apuntó al ex –
Presidente argentino y ello porque, bajo su mandato, Argentina y Chile habían estado llenos de chistes a propósito de que era un imbécil, al punto que le decían “el buenudo”. Pero, en
verdad, era un anciano inteligentísimo y desbordante de simpatía. Tuve la suerte de que regresáramos juntos, y también con Aldo Ferrer, en un vuelo de LAN que me dejó a mí en Santiago y
siguió con ellos dos a Buenos Aires, de modo que tuve varias horas para conversar con ambos personajes.
Mi aventura venezolana tuvo dos epílogos muy amables. Me encontré con el entonces ex – Presidente Carlos Andrés Pérez en La Paz y conversamos un ratito, por
supuesto varios años después de su periodo presidencial. Mi última visita a Caracas la realicé con Sergio Páez, cuando era Senador, y ambos gozamos de la hospitalidad cordialísima de
Claudio Huepe, que era el Embajador de Chile, y que no nos dejó siquiera quedarnos en un hotel, puesto que insistió en que estuviéramos en su residencia oficial, en las que invitó a una serie de
políticos venezolanos que nos ilustraron sobre la situación que se estaba produciendo en su país.
Yo había sido compañero de facultad en Ingeniería de la Universidad Católica con Claudio, de modo que puede imaginarse cuanto me dolió su prematura muerte
algunos años después.