La brecha que crece

La disputa entre don Sergio Micco y varios otros directores del Instituto Nacional de Derechos Humanos ha revelado, mejor que ninguna, la verdadera causa y naturaleza de las tendencias doctrinales que han comenzado a moldear un nuevo escenario político en nuestro país.  A su observación pública de que tal vez el organismo que preside había descuidado la advertencia de que no existen derechos sin deberes concomitantes, varios miembros de su directiva reaccionaron con una drástica censura pública porque, a sus juicios, eso podía interpretarse como que los derechos humanos estaban condicionados al cumplimiento de ciertas obligaciones.  Para ellos, los derechos humanos son inalienables y su respeto no admite excepción alguna. 

 

Esa censura al Sr. Micco revela dos notables evoluciones programáticas que no pueden dejar de producir el redelineamiento del escenario político que tenemos.  En primer lugar, porque confirma y evidencia la creciente articulación de una izquierda rupturista que ya ha escogido sus banderas y algunas básicas definiciones ideológicas y, además, corrobora la tesis de que la brecha que separa cada vez más a esa izquierda de la  humanista y democrática a la que pertenece el Sr. Micco es mucho más profunda y fundamental que la que, mas por sensibilidades tradicionales que por otra cosa, separa formalmente a esta última izquierda de amplios sectores calificables como de centro derecha.

 

En cuanto a las definiciones ideológicas de esa izquierda rupturistas, ya se perfilan nítidas reelaboraciones de algunos principios básicos de la doctrina marxista: la lucha de clases como motor de la evolución político - social, la sociedad y no el individuo como medida de todas las cosas, las masas desposeídas y explotadas como principal alma de combate, el rechazo frontal al sistema productivo capitalista y a la democracia burguesa representativa que es su consecuencia.  A estas alturas, es imposible desconocer que, dentro del desorden y la heterogeneidad en que todavía se debate esa naciente izquierda rupturista, esos son ya factores comunes que pugnan por crear una propuesta política unificada y capaz de ilusionar a un sector cada vez mas amplio de la población.

 

Es evidente que la naturaleza de las definiciones ideológicas que son ya un factor común facilita una opción comunista de liderar esa naciente izquierda rupturista unificada, puesto que, al fin y al cabo, esas definiciones corresponden a su ideario constitutivo tradicional.  Sin embargo, esa opción se oscurece a la hora de adoptar banderas de lucha distintivas, como es la de defensa estricta y apasionada de los derechos humanos.  Habida cuenta de que los regímenes comunistas han sido los mayores violadores de los derechos humanos que registra la historia (tan solo a los liderados por Mao y Stalin se le contabilizan varias decenas de millones de “eliminados”) y nunca se escuchó una condena del PC chileno a esas atrocidades, no puede eliminarse el sabor a hipocresía y oportunismo que hoy esteriliza los aspavientos a ese respecto.

 

Por otra parte, empuñar las banderas de los derechos humanos, o de las manifestaciones masivas con cualquier pretexto, tiene el evidente peligro de caer rápidamente en exageraciones y afirmaciones insostenibles por ilógicas.  La polémica con el Sr. Micco es un buen ejemplo de ello porque ¿cómo se puede defender la tesis de que los derechos humanos no están condicionados al cumplimiento de ciertos deberes cuando todos los sistemas penales del mundo, especialmente los de los países socialistas, se basan exactamente en el principio contrario? ¿acaso la privación de la libertad y del derecho a manifestarse que un juez le impone a un delincuente no es una supresión temporal de varios derechos humanos fundamentales? ¿acaso la declaración de guerra no es una masiva suspensión de otros derechos humanos básicos y, pese a eso, está omnipresente en todas las sociedades y en todas las épocas?  El que personas de alto nivel cultural, como se supone que son quienes acceden al directorio del organismo que preside el Sr. Micco, incurran en la defensa de una tesis que no se sostiene en la realidad, demuestra las deformaciones a que puede llevar el radicalismo político. 

 

Sin embargo, la edificación de posiciones tan evidentemente falsas no es necesariamente fruto de debilidad mental porque suelen sustentarse en la inevitable dualidad que es inherente a la doctrina socialista – marxista.  El materialismo histórico y la lucha de clases suponen que la sociedad esta indefectiblemente dividida en dos sectores excluyentes y en perpetua pugna: el pueblo, solo compuesto por aquellos cuya representación y dirección se atribuye la directiva política que lo moviliza, y el anti-pueblo constituido por todos los otros, inevitablemente comprometidos con un agonizante sistema capitalista y democrático – burgués que esta condenado a desaparecer.  En esa visión bipolar de la sociedad cabe una lógica no-aristotélica en que un lado tiene derechos sin deberes, tiene derechos humanos inalienables y tiene también derecho a utilizar todos los medios a su alcance para destruir un sistema político – social que “oprime” a ese pueblo así definido.  En esa concepción maniqueísta de la sociedad caben todo tipo de dobles estándar, incluso el de negarle a los “otros” los derechos humanos que se le reconocen a los “nuestros”. 

 

Es evidente que resulta imposible construir un proyecto nacional común entre los sectores políticos democráticos y esa izquierda rupturista que edifica su articulación en torno a esos conceptos políticos y conceptuales.  De aquí a que todos aquellos partidos democráticos asuman esa realidad podrá haber esporádicas y efímeras alianzas tácticas y oportunistas con fines electorales, pero nunca habrá una colaboración leal y estable capaz de respaldar la construcción de un proyecto nacional compartido.  No lo puede haber entre sectores separados por principios tan de fondo y tan trascendentales.  Ya esa brecha insalvable hizo fracasar a la Nueva Mayoría en una etapa en que la articulación de la nueva izquierda no estaba siquiera en el horizonte.

 

Es que lo que en el Bachelet II era una fisura, hoy es una brecha y mañana será un abismo. Tendremos que aprender a convivir en una sociedad irremediablente dividida y ello cuando mas necesitaremos de unidad ante la adversidad.  Esa es la única y penosa conclusión que se desprende de lo ocurrido cuando el Sr. Sergio Micco se atrevió a declarar algo tan evidente como que no existen derechos sin deberes, axioma sobre el que se han construido todas las sociedades que registra la historia.

 

Orlando Sáenz Rojas