A medida que nos acercamos a la cita del plebiscito constitucional de diciembre próximo, menudean los análisis de los diversos escenarios que pueden ser su
consecuencia. Casi todos esos cálculos se basan en suponer que cada uno de los actores políticos tendrá la libertad para escoger si recomienda a sus prosélitos un voto aprobatorio, o
rechazante, o en blanco. Con esa amplitud de miras, el análisis de posibles escenarios se hace casi infinito puesto que las combinaciones de estas tres alternativas sobre un universo de
veinte o más movimientos políticos termina en una cifra altísima.
Pero en realidad hay una forma de simplificar mucho el cuadro, ello porque existe un gran bloque político que en realidad no tiene tres opciones si no que solo una. Me refiero al bloque que
forma el Frente Amplio con el Partido Comunista. Obligado a escoger entre la vigencia de una nueva constitución a la pinta de la derecha o a la vigencia de la constitución de 1980 que nunca
ha dejado de rechazar, en verdad no tiene más opción que votar negativamente. Ambas alternativas representan una derrota terrible para la izquierda radical, de modo que escogerá
inexorablemente la votación que estime menos mala y ella es la de que siga vigente la constitución anterior porque admite la argumentación de que todo el proceso constitucional se basó en un
acuerdo para cambiarla y que, por lo tanto, no es una opción válida si no que obliga a iniciar otro proceso constituyente en que puede esperar mejor posición que ahora.
Partiendo de la base que el voto negativo debe darse por descontado en ese bloque político, se puede también dar por descontado que el gobierno será arrastrado a una posición similar, con mayor o
menor grado de evidencia. En ese escenario, lo único sensato que pueden hacer los partidos de derecha y los más moderados de los de izquierda democrática, será impulsar la aprobación del
nuevo proyecto constitucional porque, en realidad, el referéndum será un juicio sobre el gobierno mismo y se trasformará en algo perfectamente ganable. Por supuesto que la unidad de todo
ese frente para aprobar el proyecto constitucional no es fácil de obtener, porque entrarán a jugar los cálculos que siempre posponen el interés de Chile frente a los particulares de cada
grupo. Pero la fuerza de la evidencia de que rechazar el proyecto significa quedarse con una constitución muy debilitada ya, y ese hecho sumado a la prolongación inaceptable de un nuevo
periodo de incertidumbre, debería bastar para forzar ese acuerdo global.
Alcanzar esta posición tiene, además, la ventaja de resolver el único tema que puede separar a los dos bloques de oposición, que son el Partido Republicano y la coalición de Chile Vamos, como es
la competencia por la candidatura opositora a la Presidencia de la Republica de José Antonio Kast y Evelyn Mattei. Ello porque podrían presentarse separadamente con razonable posibilidad de
pasar ambos al balotaje de la segunda vuelta. De ese modo, sería una votación nacional la que dirimiría la contienda entre ambos, sin discusiones ni rencores. Esa posibilidad es
palmaria desde que el conglomerado político que apoya al gobierno de Boric parece condenado a mantenerse aglutinado en torno a un candidato comunista. El Partido Comunista se ha puesto en
una posición en que le sería imposible no llevar candidato presidencial, tanto por su peso específico como por su ventaja electoral sobre todos los otros grupos políticos en torno al
gobierno. Y con un candidato comunista, la posibilidad de ser tercero en la primera vuelta es altísima.
Aún en el caso de que el candidato oficialista fuera el segundo en la elección primaria, la pugna Kast – Matthei se habría resuelto por votación popular y sin necesidad de pactos políticos
anteriores. Puestos en ese caso, en segunda vuelta el triunfo del candidato opositor sobreviviente sería fácil en el balotaje. Para comprender por qué el PC no se puede abstener de
presentar candidato, hay que recordar un hecho muchas veces demostrado por la historia política de Chile: cuando un partido grande y con historia no concurre con candidato propio a una elección
presidencial, paga un precio elevadísimo. Un ejemplo notable de los últimos tiempos es el de la Democracia Cristiana, cuya decadencia se debe, sin duda, en gran parte a que desde
Eduardo Frei Ruiz – Tagle no ha tenido candidatos significativos en elecciones presidenciales. En este momento, la candidata del PC más probable es Camila Vallejo, cuya falta de peso
específico es una buena muestra de la carencia de figuras de primera línea en el actual panorama político de la izquierda chilena.
Por todo lo señalado, no cabe duda que la oposición tiene, hasta este momento, casi todas las cartas de triunfo que están sobre la mesa. A los líderes de esos partidos nunca se les podría
perdonar que desperdiciaran esta situación por sus mezquinas rencillas internas, puesto que sustituir al actual calamitoso gobierno por uno que pusiera orden en este desordenado país, es un
objetivo por el que clama la ciudadanía. Además conlleva la oportunidad única de excluir a la extrema izquierda por otro medio siglo de posiciones de mando que nunca debió ocupar.
Orlando Sáenz