Hace apenas unos cuantos meses, Chile parecía implacablemente destinado a convertirse en lo que popularmente se bautizó como “Chilezuela”. La extrema izquierda, con una coalición entre el Frente Amplio y el Partido Comunista, no solo había logrado, sin mayor esfuerzo ni apuro, colocar en la Moneda a un Presidente carente de toda trayectoria publica considerable, sino que, además, controlaba completamente a una Convención Constitucional que dotaría a ese gobierno con las herramientas institucionales para conducir al país a un régimen sin remisión. En un plazo asombrosamente corto, la situación ha variado radicalmente, poniendo al gobierno Boric en la disyuntiva de moderarse o perecer.
El resultado del plebiscito de salida del proyecto constitucional de esa Convención, fue de rechazo en forma tan masiva y categórica como para sepultar definitivamente su propuesta de nueva carta fundamental. Ello condena al gobierno Boric a depender de una coalición en que el eje del poder se ha trasladado al Congreso Nacional, con la izquierda democrática al timón de un tambaleante acuerdo político que le permitirá subsistir siempre que sea a costa del abandono total de su proyecto revolucionario. No deja de resultar irónico que sea la repudiada y demonizada “Constitución de Pinochet” la que le permitirá sobrevivir a ese gobierno con muy pocas esperanzas de lograr otro marco institucional antes del término de su mandato.
Resulta ahora que a la oposición política le conviene la prolongación del gobierno Boric en calidad de “pato cojo”. Ello porque, así como a la derecha le resultó fatal mantener su apoyo al gobierno Piñera II a partir del momento en que el estallido social le arrebató la gobernabilidad, a la extrema izquierda le resultaría fatal mantenerse en un gobierno que no podrá hacer otra cosa que tratar de sobrevivir desarrollando un programa completamente diferente a aquel con que fue electo hace apenas unos meses.
Pero, lo peor de todo es que en el poco tiempo trascurrido, las preocupaciones mayores de la nación han cambiado completamente y hoy las prioritarias y absorbentes de la ciudadanía son el orden público y la crisis económica traducida en una alta inflación. Y esos son los dos frentes en que un régimen como el de Boric exhibe sus irremontables limitaciones. El desorden interno solo es dominable mediante una muy firme política de “tolerancia cero”, lo que implica gran dependencia de la capacidad de represión con apoyo de las Fuerzas Armadas y de Orden.
Pero ocurre que nada hay más alejado de un gobierno de extrema izquierda que la mantención del orden público a través de la “tolerancia cero”. Ello, porque su propio origen estuvo en la rebeldía social y, tanto por convicción como por programa, lo último pensable es la represión de los extremistas. Y, por otro lado, el manejo de una economía de mercado y de corte capitalista, es también prohibitivo para un régimen como el del Presidente Boric.
De esa manera, para la extrema izquierda el sostener su apoyo al régimen tendría un costo político descomunal que se manifestaría con fuerza en los comicios del futuro inmediato. Existen síntomas claros de que, a lo menos el PC, lo comprende así porque, en los pocos días trascurridos desde el día 4 de septiembre próximo pasado, prácticamente lo único que ha hecho es advertir que tendrá que abandonar a Boric si éste altera su radical programa inicial. Pero ¿cómo podría no alterarlo si depende de la izquierda democrática y de la merced de la derecha política?
En las condiciones creadas por el terremoto político del domingo 4 de septiembre, el fracaso del gobierno Boric está garantizado, no solo por su pérdida de poder si no que por su incapacidad de afrontar los dos más grandes problemas que aquejan a la ciudadanía y que concentrarán su atención y su ansiedad: orden público y recuperación económica.
Es indudable que sería muy difícil para un presidente de las características de Boric inspirar la confianza que es indispensable para una recuperación económica que es imposible para él y muy difícil para cualquiera. Ese solo hecho garantiza un descontento popular que se va a hacerse sentir en toda nueva elección futura, de modo que la extrema izquierda será su principal víctima de no mediar su paso a la oposición del mismo gobierno que pudo instalar.
Por otra parte, el análisis de cómo se estructuró el “Rechazo” en el reciente plebiscito, conduce a la inevitable conclusión de que tuvo el carácter de referéndum sobre el gobierno mismo y su programa inicial. En lo único que el gobierno Boric tenía razón, es que la aprobación del proyecto constitucional era esencial para factibilizar su programa de gobierno. Desde ese punto de vista, su asunción de jefe de la campaña del “Apruebo” era correcta y sin alternativas. Y, por eso también, la paliza electoral sufrida lo redujo a una impotencia peor que la que tuvo el propio Sebastián Piñera.
En realidad, el gobierno Boric está sometido a una tenaza que lo comprime tanto en el frente interno como en el externo. En términos históricos, se encuentra como el Tercer Reich cuando, con su insensato ataque a la Unión Soviética, se condenó a luchar en dos frentes muy difíciles. Por lo demás, casi todas las grandes batallas de la historia se han resuelto en favor de quienes fueron capaces de encerrar a su enemigo en una tenaza y no es otra cosa la posición en que ha quedado el desdichado gobierno Boric.
Orlando Sáenz