Habría que retroceder más de medio siglo para encontrar, en la historia de la política chilena, un personaje que haya alcanzado el grado de repudio generalizado que
hoy ostenta Giorgio Jackson. No recuerdo el nombre verdadero de aquel, pero todo el mundo lo conocía como Bernabé debido a un personaje siniestro que protagonizaba una teleserie de terror de
aquellos años, titulada “Sombras Tenebrosas”. Era el secretario de Salvador Allende y el que, con voz sombría, anunciaba todas las medidas con que el régimen de aquel abusaba de su cargo
presidencial para ir convirtiendo a Chile en una nueva versión de la Cuba castrista.
Yo no sé si Giorgio Jackson es realmente culpable de todas las barbaridades que se le atribuyen. Pero si sé que la gran mayoría de la nación así lo cree y que
los efectos políticos de su triste notoriedad ni siquiera dependen ya de eso. Lo que está claro, más allá de toda duda, es que Jackson es una figura disolvente y le causa daño al propio
gobierno del que es coautor y del que depende todo su posible futuro político.
En alguna parte leí que Giorgio Jackson había sido alumno de un colegio católico y luego había estudiado Ingeniería en la Pontificia Universidad Católica de Chile,
donde tuvo activa participación en la política universitaria y llegó a ser presidente de la FEUC (Federación de Estudiantes de la UC). Esa constatación me incomodó un poco porque es
exactamente la misma trayectoria que seguí yo mismo hace más de cincuenta años y me parece inconcebible que esa misma línea de producción haya generado un personaje como Jackson. En nuestro
tiempo, al egresar nos tomábamos muy enserio aquello de que salíamos al mundo profesional como “cruzados caballeros de noble ambición” y todos llevamos en el alma “el deseo de triunfar por
Dios, la Patria, y la Universidad”. Todo eso no calza, en absoluto, con lo que se sabe de Giorgio Jackson: extremista promarxista, que cree que la palabra “pueblo” solo es aplicable a sus
partidarios y para el cual siempre el fin justifica los medios, de modo que no titubeó a la hora de fundar un partido en el que el robo al estado para fines proselitistas está aprobado en
la moral superior que pretendió ostentar.
En el lenguaje de la política chilena antigua, Jackson es hoy un “bacalao” pesado de cargar y de muy mal olor, de modo que si el gobierno de Gabriel Boric está
dispuesto a sobrellevarlo, el único perjudicado es el mismo y no se entiende el empeño de la oposición para forzar su definitivo retiro, el que ya sus propias bases han decretado al renovar
directivas de su partido con menos del 4% de sus teóricos adherentes.
No puedo ocultar que el caso Jackson me ha despertado la fuerte inquietud de saber si él es un producto habitual de lo que fue mi Alma Mater venerada de hace medio
siglo o es solo un producto aislado clasificable como la manzana podrida de un cesto de jugosos frutos. Si fuera aquello, querría decir que mi querida UC no tiene hoy más objeto que
producir buenos profesionales y ya no eso y buenos ciudadanos cristianos. Querría decir que ha vendido su alma a los subsidios estatales, en cuyo caso no merecería el nombre de
Pontificia. Me propongo iniciar una encuesta entre mis ya numerosos hijos e hijas, nietos y nietas que se educaron o se educan en la UC para despejar una duda que en verdad ya me
atormenta.
Si el caso Jackson ha terminado en una tragedia, la comedia de Camila Vallejo está apenas en el primer acto. Cuando ella comenzó a aparecer en el horizonte
político local, creí que asomaba uno de esos raros personajes en que el atractivo no es obstáculo para la inteligencia. Pero, con el correr del tiempo, esa impresión se ha visto
notoriamente amenguada porque la Sra. Vallejo ha dado en la costumbre de hablar mucho y matizando sus dichos con mentiras, ofensas, disparatadas defensas de situaciones y de personajes
impresentables, y afirmaciones carentes de toda realidad. Su última hazaña ha sido la de afirmar que el manejo socialista del país conducirá a la sociedad del bienestar.
Como una colaboración a su comprensión del mundo, le puedo trasmitir mi humilde experiencia: en mí ya larga vida he recorrido prácticamente todo el planeta a través
de centenares de viajes. En las únicas partes donde he visto algo parecido a la sociedad del bienestar ha sido en países ultra – capitalistas como Suiza, Noruega, Finlandia, Luxemburgo,
Liechtenstein o Mónaco. En esos países el bienestar se ha edificado sobre un estado estrictamente subsidiario y que dedica sus grandes ingresos al desarrollo de una infraestructura nacional
maravillosa y a excelentes atenciones en salud, educación, vivienda y gran variedad de servicios sociales. También he recorrido muchos países socialistas y comunistas en plena vigencia de
esos regímenes totalitarios (la URSS, China, Checoeslovaquia, Hungría, Yugoslavia y ciertamente Cuba) y en ninguno de ellos he visto ni la sombra de lo que podría llamarse una sociedad del
bienestar. De ese modo, no puedo más que suponer que la afirmación de la Vallejo es solo un alarde de cinismo o el reflejo de una incapacidad crónica para distinguir entre el deseo y la
realidad.
¿Qué es lo que ha producido un cambio tan brusco y dañino en lo que pudo ser una gran carrera política? Desde luego, el dogmatismo propio del comunismo, que
convierte a sus adeptos en peligrosos disociadores sociales. Desde luego, el desdichado cargo que le ha correspondido asumir en un gobierno tan deficiente y disparatado como es el de Boric,
lo que la obliga a estar continuamente defendiendo situaciones impresentables echando mano a explicaciones tontas o falsas. Desde luego, al hecho de que sirve a varios señores al mismo
tiempo, los que ni siquiera están ellos de acuerdo en los temas fundamentales de gobierno.
Sin embargo, aún quedan esperanzas de que la carrera de Camila Vallejo retome una marcha en que salgan a brillar sus grandes potenciales, de modo que su comedia
actual no derive en otra tragedia a lo Jackson. Bastará para ello con que encuentre un profesor que le enseñe a sonreír y callar. Claro que no lo va a encontrar en su partido porque
allí esas asignaturas se suprimieron en el origen.
Orlando Sáenz