Cuando un mandatario toma partido ante una consulta popular, quiéralo o no, la trasforma en un referéndum de su persona y de su gobierno. Por eso, por ejemplo, de Gaulle renunció a la presidencia de Francia tras perder un plebiscito sobre Argelia. Eso porque, como el gran estadista que era, tenía claro que no se podía seguir ejerciendo el cargo si, en una cuestión vital, no había logrado una mayoría de voluntades de su pueblo. Ahora bien, Gabriel Boric tuvo la opción de actuar en función de Presidente de la República que gobierna al país en vísperas de lo que tal vez es la decisión más importante de su historia republicana. Eligió, en cambio, el camino de comportarse como el aventurero político que en verdad es, aquel que se encontró con una dignidad que no le correspondía debido a una sucesión irrepetible de circunstancias extraordinarias. Y, como consecuencia de ello, gran parte de la factibilidad de su mandato, depende del resultado de un referéndum en que el riesgo de perder es enorme.
Hay dos formas de juzgar lo que Boric ha hecho. Una es la de su coraje como persona, que a muchos les puede parecer heroica y seguramente es la que le muestran sus ad-lateres. Pero si se le juzga desde el punto de vista del cargo que ocupa, lo que ha hecho es de una incalificable irresponsabilidad. Tan incalificable es, que no puede explicarse más que con la conclusión de que el Presidente de Chile nunca entendió lo que serlo significa. Siempre, cuando se asume una gran responsabilidad, se está aceptando el sacrificio de muchos gustitos personales. El sentido común, por no hablar del peso de la tradición y del respeto al cargo, indican que un mandatario tiene que comportarse, vestirse y expresarse no como un vociferante gañan si no como un símbolo de la nación que en verdad representa. Esa incomprensión del significado de la función asumida se ha reflejado, diariamente, en la forma de actuar del Presidente Boric, que ha salido hasta el extranjero a degradar a su patria con actitudes, fachas y compañías indignas de un mandatario de un país con la historia que tiene Chile.
Desde los albores de la historia se pueden rastrear los signos de cómo se trataba de mostrarle al recién ungido que, con la responsabilidad que asumía, tenía que cambiar de personalidad. Tras la unción, surgía otro ser distinto del de antes de ella y, para acentuar el cambio, se utilizaron sistemas de varios tipos, pero todos encaminados a subrayar la trasformación ocurrida. En el antiguo Egipto, cuando un soberano asumía el trono, abandonaba su nombre propio para adoptar el llamado “nombre en Horus”. Esa forma de expresar que con la unción había surgido un nuevo ser, la recogió también la Iglesia Romana, como que cada nuevo Pontífice cambia su nombre por otro que elige justamente para explicitar que asume su responsabilidad con total sacrificio de su persona anterior. A los reyes medievales de Francia se les ungía después de haber realizado el llamado “milagro real”, que era el símbolo de que la divinidad asumía su cambio de personalidad. En formas mucho más prosaicas y menos dramáticas, todos los mandatarios son obligados a asumir su cargo con determinados ritos que apuntan exactamente a la misma idea: el comportamiento después de ungidos, tiene que dejar de lado sus costumbres y actitudes que tenía antes de asumir su función.
Por cierto que Gabriel Boric nunca tuvo tiempo ni formación para entender siquiera el alcance de su casual presidencia. Sigue siendo el cazador furtivo que le acertó a un elefante desde la cúspide, a pie pelado, de un árbol. Desde un punto de vista conceptual, nunca asumió su función y lo demuestra cada vez que hace algo.
Si en la Moneda hubiera hoy día un verdadero Presidente, no haría que su patria corriera el riesgo de vivir tres años y medio más con un mandatario sin programa viabilizado. Los norteamericanos tienen una expresión para describir el estado de los mandatarios que, en la realidad, han perdido el timón de la gran nave por una u otra circunstancia. Lo llaman “pato cojo”, como ocurre normalmente en el periodo pre-electoral en que se designará a su sucesor. En ese periodo, ya no tiene la capacidad para tomar una decisión trascendental para el país, de modo que es un “pato cojo” que ya no puede remar como antes. Eso es lo que será Boric si pierde el plebiscito del que se ha convertido en el propagandista de su opción.
La magnitud de su irresponsable actitud se subraya todavía más al considerar las circunstancias que la rodean. Las encuestas demuestran que el riesgo que está corriendo es bastante abrumador, por lo que está volcando todo el peso del estado para torcer la voluntad popular, lo que no solo es ilegitimo si no que es ilegal, como hasta el Senado trata de decírselo sin hacer demasiado ruido. Con su actitud está desprestigiando hasta lo que podría ser un triunfo estrechísimo, porque siempre lo perseguirá la sombra de que solo se debió a un innoble manipuleo. Quien ha predicado en contra de los conciliábulos entre cuatro paredes que afectan a la nación entera, ha echado mano de esos mismos conciliábulos para factibilizar sus extremismos.
En vista de todo lo señalado, la salud de Chile dependerá el día 4 de septiembre de que Boric entienda que, en realidad, una derrota le crea la disyuntiva personal de irse o asumir la presidencia en verdad, ya que en su consagración de marzo pasado, no estuvo presente ni el Horus ni la triple tiara y que salió del Congreso pleno el mismo pillastre que había entrado.
Orlando Sáenz