Chile nunca fue ni el país más grande, más poblado, más naturalmente rico de toda la región latinoamericana. Sin embargo, en toda su historia republicana, de poco más de dos siglos, fue varias veces la primera en prosperidad, presencia internacional y liderazgo conceptual. Ha sido el único país del continente al sur de Río Grande a punto de ingresar al exclusivo grupo de los países desarrollados, ostentó el mayor ingreso per cápita y hubo un tiempo en que se resumía el poder de Sudamérica en el famoso ABC (Argentina, Brasil y Chile). Inspiró ideas matrices como el Banco Interamericano de Desarrollo, el Mercado Común Latinoamericano y las doscientas millas de mar territorial. Bolívar nos consideró el más probable país viable del continente y ese concepto, de una u otra forma, ha sido repetido muchas veces y por muchos durante su vida independiente.
¿Por qué fue posible todo esto? La respuesta fluye de cualquier libro de historia: porque mientras a los países hermanos los gobernaban caudillos, al nuestro lo gobernaron estadistas. La lista es larga y continuada, de modo que parecía fruto de un manantial que nunca se secaría. En su curso fluyó Portales, Manuel Montt, Manuel Balmaceda, Arturo Alessandri, Eduardo Frei y varios otros que, sin llegar a ser gobernantes, supieron legislar y hacer política de alto vuelo desde el congreso y la magistratura. Pero el manantial parece haberse agotado, porque su último flujo es un hombre ya anciano que no parece tener quien recoja su posta: Ricardo Lagos.
En ese aspecto, los países son comparables a ciertas especies de seres vivos que, o son vertebrados o son invertebrados. Y la diferencia la hace su firmeza institucional, que es como el esqueleto que sustenta a todo el organismo. Cuando un país tiene una institucionalidad pobre, endeble, constantemente cambiante, es como un invertebrado y se mueve solo a través de caudillajes por encima de cualquier legislatura. Cuando un país tiene una institucionalidad potente y que enmarca sólidamente el devenir ciudadano, avanza delegando el poder temporalmente en estadistas de la talla que hemos tenido la suerte de tener y de cuya ausencia ahora adolecemos.
Conocí a Ricardo Lagos cuando, como asesor de ONUDI (Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial), tuve que visitar alguna vez las oficinas de FLACSO, allí en la Plaza Perú. Mi conocimiento se ahondó en los ajetreos de formación de la Concertación de Partidos por la Democracia, en la que Ricardo Lagos tuvo un rol decisivo. Pero el conocimiento se trasformó en relación de amistad y de admiración por mi parte, cuando compartimos por largos días un aventurero crucero por los canales del sur de Chile en el verano de 1990. En las largas horas de conversación, tomé conciencia del calibre de estadista que él tenía y recuerdo que, cuando nos despedimos, le pronostiqué que sería un gran Presidente de Chile. Y no me equivoqué, porque tal vez la cumbre de nuestra historia haya que situarla en el punto en que nuestro país estaba a finales de su mandato.
En momentos de enorme confusión e incertidumbre, y cuando yo ya no lo esperaba, ha surgido la voz de Ricardo Lagos para mostrarle a Chile un camino de salida del laberinto en que se encuentra. Nadie más que él podía hacerlo con la autoridad, poder convocatorio y prestigio nacional e internacional imprescindibles, y ello porque no existe en el Chile de hoy nadie que siquiera se acerque a esa excepcional categoría.
Es completamente cierto que la suerte de Chile depende del categórico rechazo del disparatado proyecto constitucional ofrecido por una convención que nunca debió existir por lo mal preparada, mal dirigida y mal dispuesta para la tarea más delicada que puede proponerse una democracia, como es la proposición de una nueva constitución para un largo trecho histórico. Pero ese rechazo no terminará con la inquietud y la incertidumbre si se produce cuando todavía no existe un compromiso amplio, serio, creíble y fundado de generar en instancias más responsables y preparadas un contexto de carta fundamental que contemple sus puntos más básicos como son la naturaleza y estructura administrativa de la nación, la separación y equilibrio de sus poderes, y sus fundamentos sociales, económicos y éticos, etc. Y ocurre que el único que puede convocar a ese gran acuerdo político es Ricardo Lagos.
Yo sé que él tiene pleno derecho al reposo del guerrero, sobre todo al de esos guerreros que, como Aquiles, tienen estatura de gigantes. Yo sé que tiene pleno derecho a cuidar el enorme prestigio ganado y a no exponerse a nuevos combates políticos, pero ocurre que Chile lo necesita, y tal vez como nunca. Es por eso que, aunque con inseguridad, espero que su reciente mensaje a la nación este acompañado con el propósito de convocar a ese gran arco que le garantice al país que el rechazo del próximo 4 de septiembre no conduce a un sitio eriazo si no que a un terreno preparado para levantar rápidamente las carpas provisorias, cimientos de nuevos edificios sólidos, para otra etapa prospera comparable con las a veces ya logradas.
Como cada vez que en mis reflexiones utilizo la palabra “estadista” no falta el que me pregunta qué es lo que caracteriza esa virtuosa profesión, deseo esta vez precisar que entiendo por tal al ser humano que posee y cree firmemente en un modelo de sociedad al que apunta, pero lo hace con plena conciencia de que la meta exige un avance en que siempre prima la ciencia de lo posible de modo que se trata de un avance gradual pero sostenido y fruto de mil combates en que hay que ponderar prioridades y sintonías con el espíritu nacional imperante en cada momento. Y, sobre todo, el estadista debe estar dotado de la capacidad de fijar proporciones y prioridades a tareas de muy distinto orden, porque habrá ocasiones en que es más urgente y necesario terminar un hospital que aprobar un nuevo código tributario.
Por todas las razones señaladas es que creo firmemente en la necesidad de la intervención convocatoria de don Ricardo Lagos, entre otras cosas porque de triunfar el rechazo al proyecto constitucional en curso, Chile enfrentará la dura perspectiva de posibles tres años con un gobierno sin destino y sin proyecto. Es por eso que necesitamos recogernos para consensuar un “Lagos, siempre Lagos”.
Orlando Sáenz