Todos los poderes reconocidos en el mundo tienen límites y, además, no son homogéneos, o sea su alcance depende de la materia de que se trate.
Es por eso que todo buen gobierno se propone programas en los sentidos en que su poder es máximo y, a la inversa, se abstiene de propósitos en que su poder es limitado o es nulo. En el
idioma político, esta idea se traduce en el prestigiado adagio de que “la política es el arte de lo posible”.
Un mandatario sabio es aquel que maniobra de manera que las áreas donde su poder es máximo coincidan con las principales preocupaciones de la
ciudadanía a la que gobierna y, por el contrario, reconoce que está en problemas cuando esas preocupaciones prioritarias se sitúan en aquellas zonas en que su poder es muy limitado por las
causales que sean.
Si aplicamos estas simples ideas aclaratorias al caso del gobierno de Gabriel Boric, nos damos cuenta de inmediato de que las principales
preocupaciones de la ciudadanía se corresponden precisamente con el tipo de problemas en que ese gobierno es más ineficiente y está más trabado. En nuestro caso, esos problemas son el
de la seguridad pública y el de la crisis económica que estamos comenzando a vivir.
Es necesario justificar el por qué esos dos problemas son precisamente aquellos en que el gobierno Boric está más impedido de una acción
efectiva. El gran problema de la seguridad y del cumplimiento de las leyes ha alcanzado en Chile un punto en que la única forma de controlarlo es con una coordinada y eficiente labor
represiva, o sea, muy respaldada por las fuerzas públicas a cargo del orden y con gran apoyo del estado tras ellas. Y ocurre que el gobierno de Boric sufre de antecedentes y de frenos
ideológicos que son sumamente poderosos en esa área. Gran parte del apoyo político que sustenta a este gobierno se basa en fuerzas que dependen enormemente de la movilización popular, que
han ganado posiciones condenando toda represión y que ideológicamente justifican la violencia social como instrumento válido para alcanzar el poder. Si a eso se suma una tradición de muy
malas relaciones con las fuerzas del orden, es sumamente fácil comprender que este gobierno jamás podría implementar medidas eficaces para controlar los focos subversivos que atormentan a la
mayoría ciudadana. Prueba de ello es que, a pesar de su viaje a la Araucanía, el Presidente Boric anuncia, como gran cosa, la implementación de la enésima estructura de dialogo y
compensación que, por cierto, terminará en la nada como todas sus decenas de predecesoras. Lo único novedoso es el nombre de la nueva comisión que encierra todo un diagnóstico equivocado de
la magnitud del problema que se supone debe resolver.
Las crisis económicas siempre han sido el peor enemigo de los gobiernos de extrema izquierda porque su solución o morigeración depende
determinantemente del dinamismo del sector privado, o sea, precisamente de aquel que concentra los mayores ataques de tales regímenes. Para dinamizar al sector privado se requiere,
primordialmente, infundir una confianza que le está vedada a esa izquierda tanto por su ideología como por su carencia de operadores verdaderamente capacitados en el manejo de una economía basada
en el capitalismo, el derecho de propiedad irrestricto y el compromiso fiscal de respaldo. Son, precisamente los atributos que las izquierdas extremas pretenden destruir.
Si se repasan esas simples ideas, cuya lógica es implacable, se comprende que el gobierno del Presidente Boric está condenado al fracaso salvo que
intentara trasformaciones que no parecen políticamente posibles. Desde luego, implicaría enfrentar opositoramente a lo que hoy es su base política principal, como es el PC y el Frente
Amplio. Desde luego, implicaría una pirueta ideológica del propio primer mandatario que, al entrar en contradicción con su propio pasado, le impediría infundir la confianza necesaria para
que ese cambio de meta política alcanzara el resultado rehabilitador que sería su propósito. Desde luego, el nuevo rumbo exigiría un apoyo político de precisamente las fuerzas más
contrarias hoy día a su régimen.
Miradas las cosas desde ese punto de vista, se llega a la conclusión de que Gabriel Boric, si no quiere terminar su mandato de muy mala manera, no
tiene más opción realista que “bailar en la cuerda floja” durante tres años y medio. Han habido antecesores suyos que lo hicieron, pero nunca por tan largo periodo. Sin ir más lejos,
fue lo que hizo Sebastián Piñera desde que lo desmanteló políticamente el octubrismo, y los resultados son precisamente el gobierno Boric y el embrollo constitucional del que no encontramos
salida con un mínimo de seguridad de éxito.
Estamos entendiendo por “baile en la cuerda floja” la prolongación de lo que ha hecho Gabriel Boric en los ocho meses de gobierno que ha
cumplido. Escapa del país cada vez que puede, suelta ocasionalmente frases que tranquilizan a algunos y encabritan a otros y utiliza con profusión lo mejor que tiene, cual es una oratoria y
un don de comunicación que serían triunfantes si no fueran tan inconsecuentes y postizos.
En todo caso, conviene aconsejarle que termine de estudiar a fondo donde están los límites de su poder y donde están las áreas en que ese poder es
máximamente eficiente. Tal vez ese análisis lo lleve a orientar su oratoria en el sentido de inculcarle a la ciudadanía prioridades más acordes con las posibilidades de su desordenado
régimen. Esta receta se basa en reconocer primero irrealistamente los límites de su poder.
Orlando Sáenz