En verdad, creo que entre el llamado estallido social del 18 de octubre de 2019 y el referéndum del 4 de septiembre de 2022, la extrema
izquierda chilena tuvo la real posibilidad de implantar en Chile un régimen totalitario conducente al modelo venezolano o cubano. En alas del triunfo cómodo de Gabriel Boric en la
última elección presidencial y con una Convención Constitucional controlada por ellos, nada parecía poder evitar que nuestra querida patria se sumiera en el negro pozo de la misma destrucción
que ha devorado a países hermanos de la región. El cómo hizo la extrema izquierda para “farrearse” esa sin igual oportunidad, constituirá un caso de estudio para futuros historiadores
porque tiene muy pocos parangones en el acontecer moderno.
Hoy los chilenos podemos, con sólidos antecedentes, imaginarnos lo que estaría ocurriendo en Chile si en el referéndum del 4 de septiembre
hubiera triunfado la opción del “Apruebo”. Si después de que casi dos tercios del electorado rechazara la absurda propuesta de esa Convención todavía tenemos un país sumido en el
desorden y la inseguridad, es de imaginarse lo que veríamos si las turbas que diariamente destrozan la patria sin que haya un gobierno que les ponga coto, y se palidece al solo pensar en lo
que estaría ocurriendo si ese gobierno desmantelado estuviera, triunfante y altanero, alentándolas para precipitar una dictadura sin retorno luego de sentirse triunfante con ese imaginado
éxito.
¿Qué hizo la extrema izquierda para convertir en derrota lo que parecía una fácil victoria? Hizo lo que nunca debe hacerse: vociferar
intenciones antes de tener las herramientas para lograrlas, ampliar el matonaje político desde posiciones de gobierno servidas por inútiles, buscar la fama personal con tesis cada vez más
atrevidas, darle tribuna a charlatanes con más voz que sesos, etc. En palabras simples, se olvidó de que las revoluciones se hacen y no se cacarean.
Ni siquiera con esa evidencia a la vista cambia la actitud del extremismo, el que todos los días crea situaciones que fortalecen a la mayoría
normalmente silenciosa de las personas sensatas que definitivamente se niegan aceptar que el país se parezca a Venezuela. Cada día que pasa, por tanto, aumenta el número de los que
derrotarían a la nueva propuesta constitucional si es que no consagra principios que son básicos para la convivencia y para el progreso de la nación, como ser: definición de Chile como un
estado unitario de democracia representativa, garantía de orden público y de estricta consagración de la propiedad privada y la libre iniciativa, rol subsidiario del estado en el plano
económico, verdadera independencia de los poderes públicos y nítida definición de sus ámbitos de acción, independencia garantizada del Banco Central y la Contraloría General de la República,
etc.
Si bien el Presidente Boric, aun dentro de sus continuas contradicciones, hoy da señales de haber entendido la magnitud de su derrota y el
mensaje de la nación con la votación del 4 de septiembre, no ocurre lo mismo con el núcleo duro de su apoyo político, que sigue atribuyendo ese resultado a situaciones circunstanciales y no
al verdadero y único causal que fue el repudio decidido a la propuesta refundacional que representa. Ojala que mantengan esa incomprensión, porque es la que garantizará que o
tendremos una nueva constitución con todos los atributos señalados o consagraremos la vigencia de la actual constitución resignándonos a modernizarla mediante sucesivas y bien pensadas
enmiendas.
Me hago cargo de que la actual constitución carga con el estigma de su origen en la dictadura de Pinochet, lo que la ha demonizado a través de
años de propaganda extremista, pero la realidad es que las profundas reformas que le acordó el gobierno perfectamente democrático de Don Ricardo Lagos, la convirtió en una carta fundamental
lo suficientemente capacitada para darle un marco de largo plazo al devenir de Chile, en la medida que se le incorporen algunas necesarias reformas modernizadoras. Esa constitución,
entendiendo que prolongará su vigencia si es que la nueva propuesta es rechazada, marca un límite de calidad que impediría cualquier exceso desfigurante.
En todo lo ocurrido para llegar a este punto subyace una lección política de enorme importancia, cual es el del poder revitalizador de los
gustitos declamatorios que le encantan a los líderes izquierdistas de nuestra patria. Con sus excesos no solo arruinaron su oportunidad de consolidarse en el poder y de lanzar a Chile
por la vía del más desatado populismo, sino que también ha logrado resucitar no solo a la movilización política del Chile moderado, sino que también al Pinochetismo, que por muchos años había
permanecido tácito en la sociedad chilena. En efecto, la innata cobardía de nuestro pueblo hizo que por muchos años el Pinochetismo permaneciera aparentemente ido para siempre, lo que
nos hizo olvidar que, tan cerca como el plebiscito por el NO, la mitad de Chile era Pinochetista. Es ese el sector que está resurgiendo porque lo mueve a ello el convencimiento de que
Chile no puede continuar en el grado de violencia y desorden que hasta alientan gobiernos como el de Boric con su incapacidad de acción.
Porque lo que en verdad ha logrado el Partido Comunista y el Frente Amplio en este último periodo es resucitar a falanges de Lazaros a los que
solo falta que los invoque un Pinochet también resucitado. Si yo pudiera decirle algo al Sr. Tellier, entendiéndolo como la figura más representativa de ese sector, le diría,
parodiando al poeta español, que “los muertos que vos matasteis, gozan de buena salud”.