Los ritos vacíos

Columna de Orlando Sáenz Rojas 

La Iglesia llama beatos a aquellos en proceso de santificación que alcanzan una  etapa intermedia. Por ejemplo nuestro Padre Hurtado fue “beato” antes que  “santo” cumpliendo así las etapas normales del proceso de santificación. Sin  embargo, en nuestro país la palabra “beato” tiene un sentido peyorativo  refiriéndose, más bien, al que hace ostentación del cumplimiento de ritos  religiosos pero que no traslada para nada a su comportamiento como  individuo. De esa manera, y por extensión, el término “beatería” entre  nosotros alude a la práctica de ritos vacíos sin consecuencias en el  comportamiento vivencial.  

Teniendo en consideración esa nomenclatura, he estado pensando en los ritos  con que celebramos las Fiestas Patrias. Si comparo las celebraciones de hoy  día con las de mi niñez, compruebo, con dolor, que nuestras celebraciones se  han vuelto más rituales sin sentido que otra cosa. Una pequeña encuesta me  ha demostrado que gran parte de los chilenos que me rodean ya no sabe que  es lo que celebramos en las fiestas de septiembre y, más bien, se inclinan por  creer que es la llegada de la primavera lo que calienta los corazones para  celebraciones que se reducen a comer, a bailar cumbias y emborracharse con  vino, pisco o chicha. Los héroes que forjaron nuestra patria ya no significan  nada y Santiago es una ciudad sin estatuas porque las que habían se han ido  destruyendo por bandas que de patriotas no tienen nada.  

Parte considerable de la población se marcha a los balnearios, porque  considera las Fiestas Patrias como uno más de los fines de semana largo en  que abunda cada vez más nuestro calendario, porque somos el único país del  mundo que cree que trabajando menos se produce más. Otra parte enorme de la población no tiene nada que celebrar porque son extranjeros, con  mayoría de los ilegales y que llegan a delinquir y ajustar cuentas entre ellos.  Pero lo más irritante de todo es que ciertas ceremonias han perdido  completamente su sentido inicial y hoy día son meras costumbres del pasado  que más tienen de profanación que de otra cosa. 

Tomemos el caso del Tedeum. El sentido de esta ceremonia religiosa es el de  dar gracias a Dios por los favores concedidos. Nuestro Tedeum de Fiestas  Patrias se supone que es para agradecer los dones otorgados a Chile en el  periodo anterior y, obviamente, cada vez tenemos menos que agradecer dado  el estado en que el país se encuentra. Sin embargo, lo que convierte al tedeum  en una pantomima es que la máxima autoridad religiosa del país se dirige  preferentemente a una primera fila de altos funcionarios de gobierno,  comenzando por el propio Presidente de la República, en que se cuentan los  más notorios ateos de nuestra patria. ¿Es que no se recuerda que los marxistas  son programáticamente ateos y consideran que la religión es “el opio del  pueblo”? ¿Qué tienen que hacer estos personajes y sus partidarios en el  principal templo católico dándole gracias a un Dios en el que no creen? ¿Qué  tiene que predicarle el primer prelado de Chile a unos políticos que hacen de  la discordia y del odio entre chilenos su profesión?  

Todavía más vacuo que el rito del Tedeum es el de la Parada Militar en que,  supuestamente, se evocan las glorias de nuestras Fuerzas Armadas. Desfilan,  castradas de sus funciones naturales, delante de un poder ejecutivo que  programáticamente las detesta y que, si por él fuera, las cambiaria feliz por  milicias populares a la venezolana. A su vez, las máximas autoridades políticas,  se ven obligadas a cabecear durante largo rato viendo desfilar a quienes saben  que los desprecian, más preocupados de que la mitad de los asistentes no vaya  a funar al Presidente mientras que la otra mitad está preocupada de que la  chusma no vaya a funar a los altos mandos militares. 

Hipocresía eso es lo que chorrean hoy nuestras celebraciones patrias que  imaginan lo que no somos para escaparse de la realidad de lo que somos.  Practicamos ritos vacíos porque ya no tenemos con que llenarlos. 

Me pregunto si el amor entre chilenos ya murió. Somos un pueblo triste y  antagonizado en que desconfía hasta de los vecinos porque llevan muchos  años enseñándonos que solo el odio es fecundo. Por eso es que, llegado a un punto de la vida en que las hipocresías no tienen objeto, prefiero quedarme en mi casa para las Fiestas Patrias porque, en verdad, como chileno no tengo  nada que celebrar. 

He viajado mucho en mi vida y he escuchado muchas canciones y poemas en  que los argentinos muestran su amor por Buenos Aires, los limeños lo  muestran por su Lima, los neoyorquinos por su ciudad que nunca duerme y así  me podría recorrer la geografía del mundo viendo y escuchando expresiones  de amor hacia otras patrias y otras ciudades. ¿Quién de nosotros conoce una  canción o un verso de amor por Santiago? Todo lo que yo recuerdo es un tango  compuesto por un argentino que se dignó recordar “el carillón de Santiago que  está en la merced”. 

Orlando Sáenz