Hace pocos meses, el Sr. Giorgio Jackson (“alter ego” de Gabriel Boric) afirmó que “nosotros (?) tenemos una ética distinta y superior a la de generaciones anteriores”. Poco después, el destape del escándalo de las fundaciones, sin duda la peor demostración de corrupción gubernamental que conoce la historia de Chile, convirtió su declaración en mofa porque todo el mundo la calificó como un exabrupto de un muchachón presuntuoso, malévolo y mal educado. Sin embargo, cabe la posibilidad de que esa afirmación en realidad apunte a un asunto muy profundo y necesario de comprender y analizar.
Ello porque la afirmación de Jackson conduce a la pregunta ¿existe otra ética que la que todos conocemos? Para responder acertadamente a esa pregunta hay que comenzar por definir lo que es una ética: es un código conductual que le permite al ser humano escoger fundamentadamente lo que está bien o lo que está mal, o sea distinguir en cada situación al bien del mal, de modo de emplear su libre albedrío responsablemente. Además, sus elecciones en la vida tendrán consecuencias tanto para su existencia en este mundo como la del futuro más allá de éste. Esa definición conduce, a su vez, a una pregunta ineludible: ¿quién creó ese código y como lo impuso a nosotros los seres humanos? En nuestra civilización judeo – cristiana – occidental, ese código conductual fue impuesto por un Dios Creador que nos hizo a su imagen y semejanza. Somos pues un producto final y con un propósito trascendente que depende de nuestro comportamiento en la vida según ese código que está impreso en nuestra alma (es lo que llamamos conciencia). En nuestro caso, el tal código se materializa, tal vez míticamente, en las bíblicas Tablas de la Ley que Dios le entregó a Moisés en el Monte Sinaí.
Ciertamente que la historia nos enseña que cada civilización ha recibido su código moral de distintos dioses creadores, de modo que ciertamente han existido distintas éticas. El ejemplo más palpable de uno que todavía está completamente vigente, es la ética musulmana que se diferencia en aspectos fundamentales de la nuestra. Sin embargo todos quienes creen en un Dios Creador derivan de él sus códigos morales, los que muestran similitudes junto a grandes diferencias.
Sin embargo, la historia también nos enseña que siempre han existido ateos, o sea seres humanos que no creen en la existencia de un Dios Creador, lo que significa que tampoco creen en el alma ni en alguna forma de vida después de la muerte. Sin embargo, como un código conductual es inevitable para hacer posible la vida en sociedad ¿de dónde cree el ateo que proviene el suyo? Este problema del origen de los códigos morales en las doctrinas ateas y materialistas las ha atormentado siempre a lo largo de los siglos. Y ello porque siempre ha habido doctrinas ateas y materialistas y los primeros en formularlas fueron algunos filósofos jonios de los siglos VI y VII AC.
Algunas de esas doctrinas resolvieron el problema del origen de su código moral con explicaciones hasta chistosas. Por ejemplo, Epicuro deriva su código moral del placer que le causa al ser humano superior el hacer el bien. De esa forma, ser bueno produce placer y por eso el ser humano lo practica.
La más potente y actual doctrina ateo – materialista es la planteada en el siglo XIX por los filósofos alemanes Marx y Engel. Para ella, Dios no existe, el universo no es otra cosa que materia en eterna evolución bajo la acción de inmutables leyes físicas y químicas, el ser humano no es otra cosa que materia en evolución, no tiene alma inmortal y, por lo tanto, es intrascendente. Su código moral proviene de las necesidades de la sociedad de seres humanos y, como está es evolutiva, es un código moral también evolutivo y, por tanto, relativo. Si no existe más vida que la material, ¿cuál es su objeto? No es otro que el de la felicidad en este mundo, la que hay que buscar eliminando las causas de infelicidad que afectan a la gran mayoría de los seres humanos. Y la principal de esas causas es la desigual distribución de los bienes materiales que hacen la vida más placentera. De allí surge la necesidad de ayudar a crear una sociedad completamente comunitaria y sin las clases sociales que determina la desigual distribución de la riqueza. Es bueno todo lo que propende a ese fin igualitario y es malo todo lo que lo obstaculiza. De ese razonamiento que sigue una lógica desde el axioma fundamental de la inexistencia de un Dios Creador, deriva pues una ética relativa que convierte lo bueno y lo malo en un asunto de circunstancias. Matar es generalmente malo, porque es necesario evitarlo para poder vivir en sociedad, pero es bueno si se mata a un enemigo del objeto final que es la creación de esa sociedad igualitaria y sin clases. Lo mismo ocurre con el robo, con la mentira, con la calumnia, etc.
Ahora bien, no creo que todos los marxistas se den cabal cuenta del origen último de todas sus doctrinas y todas sus praxis políticas. Sin duda entre ellos existe una mayoría que acepta como dogmas lo que son consecuencias lógicas del axioma fundamental de inexistencia de un Dios Creador. En nuestra religión cristiana, también existen multitudes que han convertido en dogma las reglas éticas y conductuales que siempre hemos conocido, sin siquiera cuestionarnos que son derivados lógicos del dogma fundamental de la existencia de un Dios Creador que nos hizo a su imagen y semejanza, por lo que somos un producto final y trascendente.
Volviendo a Giorgio Jackson, no es imposible que sea un apóstol informado de toda la doctrina marxista. Pero lo cierto es que su afirmación de obedecer a otra ética es completamente verdadera, lo que lo hace un individuo mucho más peligroso de lo que resulta de considerarlo nada más que un muchachón jactancioso sin causa alguna. Lo que es rotundamente falso es que su ética sea superior a la tradicional de un pueblo que, como el chileno, siempre ha sido parte de la civilización judeo – cristiana – occidental. En realidad es él el que ya no es parte de esa civilización y forma el proletariado interno que caracteriza a las etapas últimas de una cultura. Es por eso que tenemos que tomar medidas para que individuos como Jackson nunca más vuelvan a controlar los poderes públicos en Chile y ello porque queremos, todavía, prolongar por decenios la vida de nuestra democracia.
Orlando Sáenz