En las últimas semanas han sido muchas las personas – varias de ellas nunca antes conocidas – que me solicitaron orientaciones para sufragar acertadamente en el referéndum constitucional programado para el próximo mes de abril. El solo hecho de solicitarle orientaciones a un desconocido del que solo han leído algunas reflexiones mínimamente difundidas digitalmente, es elocuente evidencia del desconcierto de buena parte de la ciudadanía ante la obligación moral de participar en el proceso más irresponsable y comprometedor en que jamás un gobierno chileno ha precipitado al pueblo al que se comprometió a gobernar con determinación y seriedad.
Forzado éticamente a responder a esas solicitudes, me he empeñado en explicar las razones por las que yo, en lo personal, votaré Rechazo en el referido plebiscito y por qué tengo la seguridad de que esa es la menos mala de las opciones que ofrece el absurdo proceso que lo motiva.
La primera de esas razones es mi convicción de que el proceso constitucional impulsado por el gobierno del Sr. Piñera lo fue porque se suponía que su solo anuncio tendría la virtud de desmovilizar a los manifestantes que están destrozando este país desde hace ya varios meses. Esa suposición no es otra cosa, como los hechos están demostrando, que otro formidable error de interpretación de lo que pasa. Las manifestaciones no tienen por objeto ni una nueva constitución, ni una agenda social, ni uno que otro regalo populachero. Su propósito es arrastrar a Chile a una revolución populista “a la venezolana”, destituir al Presidente Piñera y demostrar que Chile no es gobernable para un presidente supuestamente derechista. De esa manera, el proceso constitucionalista decretado no devolverá la tranquilidad al país, si no que solo multiplicará las ocasiones para mayores tropelías y destrucciones. Y, por lo demás, un gobierno que no ha sido capaz de controlar a los colegios es absurdo pensar que será capaz de controlar un proceso de dos años lleno de ocasiones para desmanes. La convicción de todo eso me induce a decidir que la opción NO a lo menos tiene el mérito de cortar un desarrollo que terminará por destruir a nuestro país.
Mi segunda razón para votar que NO, es mi profunda convicción de que la prosecución de un proyecto de nueva constitución en el marco de la agitación social que hoy impera en Chile va a sumir al país en una incerteza jurídica que paralizará la imprescindible inversión productiva necesaria para respaldar la agenda social en que se está empeñado. Esa incerteza jurídica, que es la que ya afecta decisivamente la inversión, no es en modo alguno prolongable por más de dos años sin sufrir consecuencias económicas catastróficas. En medio de la demagogia rampante que hoy observamos, es de imaginar las proposiciones extremistas que rodearan la discusión de una nueva constitución, con lo cual la fuga de personas y capitales bastaran para provocar un colapso económico “a la venezolana”. Un triunfo del NO podría tener el mérito de, siquiera, reducir la incerteza a un momento crítico.
En tercer lugar, creo que el declive cultural chileno es tan grave como para que el promedio de su pueblo sea ya incapaz de delegar la administración de su soberanía en forma “libre, informada y responsable”, o sea de ejercer la función más elemental de la administración de un sistema democrático. En ese estado, la elección de una asamblea constituyente de amplias candidaturas no puede sino ser un circo que terminará en una instancia colegiada de todavía peor calidad intelectual que la que muestra el actual Congreso Nacional, que es una especie de teatro del absurdo en función continua y ello porque es ya fruto de esa incapacidad de delegación responsable.
En cuarto lugar, votaré que NO porque creo que el camino más racional y efectivo de modernizar nuestra actual institucionalidad es a través de algunas modificaciones de nuestra actual constitución, demonizada por razones puramente propagandísticas, pero ya corregida en los aspectos aberrantes con que nació. Un parlamento verdaderamente representativo de la ciudadanía y de mejor calidad intelectual que el actual, no tendría obstáculo alguno para ajustar la actual constitución en una forma que acogiera todo el programa social que pudiera requerirse.
En las condiciones señaladas, creo que el plebiscito de abril, más que el inicio de un proceso constitucionalista, es un referéndum sobre la continuidad del gobierno del Sr. Sebastián Piñera. Lo diseñó para desmovilizar a los que nunca han buscado otra cosa que su destitución y el pedirle a la ciudadanía que lo respalde mayoritariamente es equivalente a pedir un voto de confianza que, en mi caso, no sería otra cosa que una hipocresía a la que no estoy dispuesto. Es por eso que creo que él debería supeditar su continuidad en el cargo al resultado de lo que ha diseñado, porque el mejor servicio que todavía puede ofrecerle al país es darle la oportunidad a otro para que, con energía y credibilidad, “recoja los pedazos” el desastre que no supo contener.
Si, por desgracia, la votación de abril le diera al Sr. Piñera el respaldo que solapadamente está pidiendo, dedicaré mis energías a agrupar a los que comparten estos pensamientos de modo de articular un dique eficaz a la destrucción de nuestra patria que se pondrá en marcha.
Ojala no tenga necesidad de ello.
Orlando Sáenz