Rusia: una vocación imperialista

Rusia nació en Ucrania en los siglos que siguieron a la final desintegración del Imperio Romano de Occidente.  Fue entonces que una docena o más de tribus eslavas de origen indoeuropeo se fueron sedentarizando sobre las riberas del río Dniéper y formando allí mercados de intercambio que, con el tiempo, derivaron en aldeas y luego en ciudades fortificadas.  De ellas, las más importantes fueron Novdorod y Kiev.  El primer estado que se podría llamar ruso nació allí por obra de un príncipe escandinavo que los eslavos “importaron” para que los unificara y los hicieran fuertes para resistir las continuas incursiones de enemigos que los acosaban desde todos los puntos cardinales.  Ese príncipe escandinavo se llamó Rurik y, probablemente, como a los vikingos los eslavos los llamaban “rus” sustente la teoría de que de esos nombres proviene el de Rusia.  La creación de ese estado inicia la historia de Rusia con  el llamado periodo de Kiev (que fue su capital) y que duró varios siglos.  Sin embargo, el estado unificado tuvo corta vida porque los vikingos no aceptaban el principio dinástico de modo que subdividían sus dominios entre todos sus descendientes, creándose así una pléyade de principados que con el correr del tiempo se iban independizando, lo que facilitó la caída del conjunto bajo el dominio de los Tártaros de la llamada “horda de oro” que gobernaba desde su capital en Crimea. 

A pesar de que el dominio tártaro se prolongó durante siglos, la reunificación eslava se fue produciendo lentamente bajo el liderazgo del gran principado de Moscovia, puesto avanzado y tardío del primitivo expansionismo ruso.  El predominio y fortalecimiento de Moscú se produjo, en buena medida, porque hizo el papel de recolector de impuestos por encargo de los tártaros, lo que lo obligo a disponer de fuerzas armadas impositivas de sus propios hermanos.  Pero, cuando el gran príncipe de Moscovia se sintió suficientemente fuerte, se sacudió la dependencia de la horda de oro e inició una era unificadora del mundo eslavo y de expansión territorial que nunca se ha detenido hasta nuestros propios días.

El gran príncipe de Moscovia que reinaba cuando cayó Constantinopla en poder de los turcos otomanos en 1453, al conocer la noticia recordó que su madre había sido una princesa bizantina directamente emparentada con la familia imperial y entonces cambió su título por el de Zar que es la expresión rusa para designar al emperador vinculado al nombre de Cesar  del que deriva. Junto con ese cambio de título, asumió que el destino de Moscú era convertirse en la Tercera Roma (Roma, Constantinopla, Moscú) y que el destino histórico de Rusia era reconstruir el imperio universal al que habían pretendido los emperadores romanos.  A partir de ese momento Rusia quedó definida como una voluntad imperialista que jamás ha desaparecido y que la han asumido todos los Zares hasta Nicolas II y todos los todopoderosos “Zares Rojos” del dominio comunista (Lenin, Stalin, Jrushchov, Brézhnev).  Ese continuo expasionismo, vivió, bajo los románov, episodios continuos y estupendos como, las dos reparticiones de Polonia, como la ocupación de Finlandia, como las campañas del Cáucaso, como la guerra de Crimea, etc.  y alcanzó su apogeo con la formación de la URSS que es (Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas).  Por esa persistencia de muchos siglos, quienes creen que todo terminó con el derrumbe de 1991 están rotundamente equivocados. 

En esos siglos de constante expansión, Rusia se ha definido e individualizado como una voluntad imperial que ha reconocido cuatro motores impulsores poderosos. 

El primero de ellos es el del paneslavismo que convence a los rusos que uno de sus papeles históricos es unificar y proteger a los llamados “eslavos del sur”.  Se trata de todos los pueblos de origen eslavo que irrumpieron y conquistaron gran parte de Europa Sudoriental.  La continuidad geográfica entre todos los eslavos se interrumpió por la irrupción de los magiares de origen asiático que irrumpieron en Europa tarde y ocuparon todo el “unfold” de húngaro hasta topar con los germanos se Austria.  Esa desvinculación geográfica no acabó con el paneslavismo ruso que mantendrá siempre su tendencia a reconquistar a esos pueblos del sur el que reconoce hermanos.

El segundo motor es el del cinturón de seguridad.  Como Rusia no tiene límites naturales en sus fronteras, no puede tolerar que sobre ellas se formen estados que puedan constituirse en amenazas para su seguridad.  Por lo tanto, siempre será enemiga declarada de las organizaciones que pueden terminar convirtiendo en arsenales bélicos a zonas fronterizas suyas.  Este famoso cinturón de seguridad también ha provocado episodios históricos remarcables y ha forzado por mucho tiempo la neutralidad declarada de los estados escandinavos y nórdicos no eslavos  (como Finlandia, Estonia, Lituania y Latvia).  Para aludir a una situación actual, la incorporación a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) es para Rusia una agresión directa que no puede más que traer consecuencias.

El tercer motor del expansionismo ha sido la desesperada búsqueda de salidas directas a mares abiertos.  Geográficamente, Rusia nació y ha sido durante la mayor parte de su historia un estado cerradamente continental.  Por eso es que toda aspiración a gran potencia pasa por lograr accesos propios a mares abiertos.  Y eso ha sido un dificilísimo ejercicio geográfico.  Hoy Rusia ha logrado accesos no del todo satisfactorios al Mar Blanco, inutilizable por el hielo durante la mayor parte del año, el Golfo de Finlandia que conecta libremente con el Mar Báltico pero cuyo acceso al Atlántico Norte está controlado por escandinavos y germanos.  El acceso al Mar Negro, no solo es discutible si no que resuelve poco, porque se trata de un mar interior cuyo acceso al mediterráneo está controlado por turcos y griegos y además, el propio mediterráneo es un mar interior con costas completamente ajenas y hostiles.  De ese modo, el único acceso a un océano abierto lo tiene Rusia en Vladivostok, sobre el Pacifico y en el extremo más oriental de su enorme territorio.  Pero la tremenda distancia entre ese puerto y el centro geográfico y político de Rusia lo transforma en inconectable con cualquiera flota que se forme en las zonas europeas.  Recuérdese el desastre que le produjo a Rusia la guerra con Japón de 1905 cuando intentó reforzar su flota del oriente con las fuerzas navales que tenía en el Báltico.  La travesía gigantesca de esta flota por el fondo de África representó un esfuerzo tal que se tradujo en un desastre naval que mucho tuvo que ver con el trágico final de la dinastía unos pocos años después.

El cuarto pilar del expansionismo ha sido de carácter político y un ideológico.  Durante la era soviética Rusia descubrió que en la doctrina marxista tenía un poderoso factor de penetración en algunas partes del mundo que gravitaban en el dominio capitalista y llegó a formar una falange importantísima de partidos comunistas dependientes del Comintern cuyo efecto era ampliar considerablemente la influencia rusa en muchas partes donde el dominio político era todavía inalcanzable.  En la nueva etapa, y teóricamente acabado el marxismo en Rusia misma, esa arma recobra fuerzas en un fértil campo de regímenes de ultraizquierda que, tal vez sin una base metafísica poderosa, reaccionan contra el neocapitalismo.  Ya empiezan a gravitar hacia esa Rusia países como Cuba, Nicaragua, Venezuela, México y hasta Colombia, que lo hacen por tomar distancia del dormido Estados Unidos.

Al recodar todo lo anterior no he tenido la más mínima intención de enseñar historia rusa y comprendo lo indigesto que es un resumen en un par de páginas de algo de las raíces de un árbol que se hunden hasta casi dos milenios pero es necesario hundirse hasta esas raíces para cimentar en forma muy sólida ciertas conclusiones que son más cortas de resumir que todo lo anterior:

1.- Rusia es una voluntad imperial. 
2.- Eso le da una resiliencia que ningún otro pueblo tiene.  Los rusos son capaces de soportar largos decenios de privación en aras del logro de su destino imperialista.
3.- Mirar la guerra de Ucrania como un incidente pasajero y subsanable es un grueso error.
4.- Putin ha alcanzado la autocracia que tuvieron sus ilustres poderes absolutos del pasado y lo ha logrado apoderándose de ese ideal imperial y que es inherente a su pueblo.  Ha alcanzado también un extenso periodo de mando, como el que se necesita para tan colosal programa.  En resumen, se puede estar seguro de los zarpazos rusos se repetirán y siempre serán posibles en tanto el tercer imperio romano no emerja de las profundidades de la historia.

Al terminar esto, comprometo con mis lectores un análisis comparativo con Estados Unidos y una proyección de las consecuencias de una victoria rusa en Ucrania.  Como una consecuencia muy menor, todo esto nos demostrará que la opción internacional que se está jugando el Presidente Gabriel Boric no es más afortunada que las opciones internas que hasta ahora han caracterizado a su gobierno.  Pero eso es solo un incidente sin importancia en el vasto panorama geopolítico que muestra el mundo actual.

Orlando Sáenz