Salvemos a los "inútiles"

Uno de los capítulos más brillantes del “Estudio de la Historia” es aquel en que advierte los peligros de extrapolar un concepto a un ámbito distinto de aquel para el que fue creado.  El ejemplo que usa es el de la producción en serie que surgió con el descubrimiento de las máquinas a vapor, o sea con la llamada “revolución industrial”.  La humanidad se deslumbró tanto con esa idea de producir en serie, que la comenzó a aplicar a ámbitos que no tenían nada que ver con las industrias manufactureras y fue así como comenzaron a hablarse y a formarse “talleres literarios”, “talleres culinarios”, “fábricas de ideas”, etc.  Aún hoy día, casi dos siglos después, seguimos aplicando el concepto de producción en serie a cosas que no tienen nada que ver con la producción masiva, como es el de las artes.


Hoy día nos pasa lo mismo con el concepto de democracia.  La democracia, como su nombre lo indica, se refiere a un sistema político de gobierno cuyo concepto fundamental es el de la igualdad de todos los ciudadanos en lo que se refiere a los derechos políticos, humanos, constitucionales y legales que se les otorgan en virtud de un amplio consenso general.  Esa propia definición marca los límites de esa igualdad y no puede ser extrapolado para ocultar la más grande de las evidencias, que es la de que, aparte de esos derechos, la Madre Naturaleza se ha encargado de hacernos a todos distintos.  De hecho, una de las causas de mayor admiración para los seres humanos es la constatación de que esa madre logra que ya seamos algo así como ocho mil millones de seres todos distintos.  


Pero eso genera graves problemas porque, a lo largo de los tiempos, la diferencia hace que existan seres que sufren de carencias importantes para encontrar trabajo en la forma de producción que cada época de la humanidad ha tenido.  Cuando el ser humano vivía de la caza y la recolección de frutos silvestres, el que carecía de la vitalidad y de la inventiva para esas tareas era un marginal cuyo destino normal era la extinción.  Cuando el sistema de producción se volcó a la agricultura, el privilegiado fue el físicamente bien dotado y de carácter firme y tenaz.  Cuando comenzaron a surgir las manufacturas, el marginal fue aquel privado de habilidades manuales.  Los ejemplos podrían multiplicarse y siempre vamos a parar a lo mismo: la diferencia entre los seres humanos define clases privilegiadas y otras taradas siempre en relación al sistema productivo en que la sociedad está inmersa.  En nuestra época, estamos viviendo una intensa revolución tecnológica cuyo resultado es un cambio en el sistema productivo.  Ese cambio está creando nuevos trabajos pero está destruyendo otros que han sido importantísimos en el pasado inmediato.  En general están haciendo puestos de trabajos que exigen inteligencia, tenacidad habilidad y sobretodo acabada educación.  Al mismo tiempo, están desapareciendo los trabajos manuales o de simple repetición de un mismo sistema que se obsoleta a cada día y eso está produciendo muy profundas trasformaciones sociales de las que pocos parecen darse real cuanta.


El resultado de eso es que nos estamos convirtiendo en una fábrica de inútiles, que tienen cabida cada vez más escasa y precaria en el aparato productivo actual.  Y a medida que eso ocurre, la falange de inútiles crece a fantástica velocidad.  Como la palabra “inútil” puede parecer dura y peyorativa, la sustituimos por las siglas NINI. O sea el que ni estudia y ni trabaja ¿y que hace ese NINI?  Pues normalmente se une a la falange de los delincuentes y es eso lo que estamos viendo y que no tiene visos de disminuir si no que de aumentar.  


Lo peor es que la sociedad no sabe qué hacer con esos inútiles.  Los persigue y los castiga con cárceles en que ya no caben y que son escuelas para perfeccionarse en lo único que saben hacer y que es, delinquir.  No es un problema nimio ni fácil, si no que grave y tan difícil que a nadie se le ha ocurrido que hacer con ellos.  


Lo que sí está claro es que lo único que puede contrarrestar la proliferación de los inútiles es la educación.  Creo firmemente que la peor falencia de un gobierno es dejar que se le forme un sistema educacional absolutamente fallido, como es lo que estamos viendo en nuestra propia patria.


El problema de qué hacer con los “inútiles” es crucial. Nuestra racionalidad, nuestra inteligencia emocional, nuestras creencias y nuestras costumbres nos impiden aceptar que de ello se encargue la Madre Naturaleza con sus métodos despiadados habituales.  Ya sabemos que esa madre no tiene nada de democrática ni de piadosa y simplemente elimina a las criaturas fallidas que produce y fue lo que ocurrió con los inútiles de los ciclos productivos antes aludidos.  Nosotros, por el contrario, tenemos que tratar de salvar a los “NINI” del crudo destino que los espera: marginalidad, acoso, cárcel, aprendizaje de como delinquir más y mejor, final en las drogas o en los penales inhumanos y, finalmente, la muerte en las condiciones más deplorables.  Nos guste o no, son hermanos en dignidad y en humanidad y tenemos que sacarlos de su penosa situación.  El único sistema que para ello se me ocurre es el largo y penoso camino de edificar un sistema educativo que comience por el refuerzo de la familia y termine en una habilitación y cultura que capacite para las características de la nueva humanidad que asoma sin posibilidades de retroceso alguno.


No es ese el único problema que está provocando la tecnificación de la sociedad.  Les prometo a mis lectores un análisis de como eso está alumbrando el nacimiento de una nueva clase privilegiada y cuya actuación tendrá efectos en verdad cósmicos.  Por ahora, limitémonos a pensar en cómo salvar a los “inútiles”.


Orlando Sáenz